El último minuto también tiene 60 segundos

Por Alejandro Rosas @arr1910.

Sólo frente al portero o las grandes pifias de nuestra historia

«El último minuto también tiene 60 segundos» —solía comentar Fernando Marcos, aquel extraordinario cronista deportivo, que hizo de la crónica futbolista casi una filosofía de vida. Su máxima era una sentencia que el deporte se había encargado de confirmar: en unos segundos la victoria podía esfumarse, desaparecer para dar paso a la derrota.

En plena euforia futbolística y con cierto ánimo lúdico, la historia de México presenta varios episodios en que los protagonistas se encontraron “Solos frente al portero”, con la única misión de empujar el balón y meterlo hasta el fondo de las redes, y, sin embargo, de manera insólita, increíble, la volaron, y al fallar, cambiaron el destino.

1520.

30 de junio. La noche triste. Los aztecas están encima de los españoles; la presión es agobiante; los ibéricos no tienen un minuto de respiro y como pueden salen huyendo de Tenochtitlan. Al mando de Cuitláhuac, los soldados del imperio del sol persiguen a los españoles y cuando pueden anotar el gol que haga la diferencia, los dejan ir con vida. Cortés y sus hombres logran llegar hasta Popotla, donde se dice que el conquistador lloró su derrota, y en ese lugar finalmente respiran. Por las circunstancias que sean, los aztecas no anotaron esa noche. Cortés se limpió las heridas, recorrió la región para hacer alianzas y al año siguiente regresó por la revancha. Tenochtitlan cayó el 13 de agosto de 1521.

Noviembre de 1811.

Guerra de independencia. La victoria sobre las fuerzas realistas en el Monte de las Cruces, significó un gran pase filtrado del capitán Allende a don Miguel Hidalgo. El cura con cerca de 80 mil hombres, tiene la posibilidad de tomar la ciudad de México y acabar de una vez con la independencia. Hidalgo recibe el balón, burla al portero, tira suavecito pero la bola se estrella en el poste. Sin dar ninguna explicación, sin razones que lo avalaran, Hidalgo decidió no lanzarse sobre la ciudad de México y se retiró con todas sus tropas ante el desconcierto de los otros jefes insurgentes. Tremenda pifia: la retirada de Hidalgo significó el inicio del fin del movimiento insurgente en su primera etapa, la aprehensión y muerte de los principales caudillos insurgentes.

17 de febrero de 1913.

Gustavo Madero, hermano del presidente, sabe que Victoriano Huerta va a traicionarlo; lo aprehende personalmente y lo lleva al despacho presidencial. Es una falta en el área en contra de Gustavo y el árbirtro señala la pena máxima. El presidente Madero decide cobrarlo, coloca el balón en el manchón de penal, toma distancia, patea fuerte pero le sale un tiro chorreado y falla. Esa noche del 17 de febrero, Madero reprende a su hermano Gustavo por ser tan atrabancado y haber aprehendido a Huerta a quien le pide una explicación. Victoriano se arrodilla, le dice a Madero que es el soldado más fiel de la república; que la Ciudadela está por caer; que está al servicio de su gobierno y ratifica su lealtad. Madero entonces le devuelve la pistola y le dice: «Señor general Huerta, tiene usted 24 horas para demostrarme su lealtad». Victoriano despeja y en un contragolpe fulminante anota contra el presidente:  en esas 24 horas, aprehende a Madero, a Pino Suárez, al general Felipe Ángeles y al propio Gustavo. Días más tarde, con excepción de Ángeles, el resto son asesinados.

Para desgracia de la evolución política de México, hubo muchos otros momentos que pudieron haber cambiado el rumbo de la historia: que Santa Anna no se retirara cuando estaba a punto de ganarle a los gringos en la batalla de la Angostura el 22 de febrero de 1847; que Zaragoza, después del 5 de mayo, terminara coronando su victoria aniquilando a los franceses en los días siguientes; que López Portillo no le apostara todo al petróleo. Grandes pifias, fallas en el último minuto, que pusieron el marcador final en contra de México con las conocidas consecuencias.