Por Frank Lozano:
En un nuevo episodio de pragmatismo, el Presidente Enrique Peña Nieto entregó la Orden del Águila Azteca a un personaje cuya trayectoria, deshonra el espíritu misma de dicha distinción. Me refiero a Salman bin Abdulaziz Al Saud, a quien, la postre y por razones de practicidad, llamaremos, el Rey de Arabia.
El Presidente Peña Nieto confunde varias cosas. En primer lugar, confunde su posible agenda geoeconómica. Si el país requiere estrechar lazos económicos con los países árabes, sobran vías alternas para lograrlo, no malbaratando condecoraciones.
En segundo lugar, confunde su lealtad hacia los Estados Unidos, al acercarse a su socio estabilizador de la región, o quizá cumpliendo un rol dentro de la estrategia misma de Estados Unidos en su tablero geopolítico. En ambos casos, otorgar la Orden del Águila Azteca es un exceso, un acto de insensibilidad o de plano, una vez más, un acto de cinismo.
Quizá tengamos que recordarle a Enrique Peña Nieto lo siguiente, Arabia Saudita es uno de los países menos libres del mundo. El listado de prohibiciones que impone a sus habitantes es brutal y retrógrado.
Ir la cine. Tomar clases de música en las escuelas públicas. Impedir el desarrollo laboral de las mujeres, al restringirlo a ámbitos muy específicos. Prohibir la gimnasia para las niñas. Impedir el desarrollo profesional de mujeres atletas. El nunca haber llevado una delegación femenina de deportistas a una olimpiada.
Prohibir que las mujeres manejen automóviles, motocicletas y demás. Prohibir la práctica de cualquier religión que no sea el Islam. Castigar la homosexualidad. No haber realizado elecciones democráticas.
Aplastar cualquier posibilidad de disidencia política. Desconocer la posibilidad de la pluralidad sociopolítica. Exigir a las mujeres un permiso de los maridos para salir de sus casas. El trabajo esclavo para los migrantes, combinado con los abusos físicos, psicológicos y un trato xenófobo.
La práctica legal y discrecional de la pena de muerte, —incluidos menores de edad— que en treinta años suma más de dos mil doscientas ejecuciones, por razones tan graves como, la sospecha de brujería, o la sospecha de adulterio.
La prohibición de tener animales en casa. La falta de libertad de expresión. La aplicación de castigos tales como los latigazos y la real corrupción de la clase política, son apenas algunos sencillos ejemplos de que algo no cuadra entre el espíritu de una distinción, y el uso que se hace de ella.
Pero como en el mundo real, lo ideal es un episodio prescindible, suceden estas y otras cosas. En la política real, en las entrañas de lo geopolítico, todo se trata de energéticos, inversiones, bloques económicos, alianzas y sumisiones, simulación e indiferencia.
El gran poder, sea cual sea, es capaz de erigir héroes donde todos ven monstruos, y convertir en monstruos a ciudadanos preocupados por cambiar su realidad.
Aunque, pensándolo bien, la entrega de la Orden del Águila Azteca, al Rey Saudí, quizá solo se trate de un elemental acto de congruencia para un gobierno que se ha caracterizado por el deterioro progresivo de los derechos humanos en México. Matanzas, desapariciones, tortura, asesinato de periodistas, justifican ponerse a la altura del interlocutor, ¿no?