El prisionero español

Por Oscar E. Gastélum:

“La moral es un árbol que da moras.”

—Gonzalo N. Santos

 (Cacique y filósofo priista)

“Un político pobre es un pobre político.”

—Carlos Hank González

(Ideólogo priista y político muy rico)

 

A pesar de estar completamente a favor de la legalización de todas las drogas, nunca he caído en el equívoco ético e intelectual de hacer apología del delito o en la idealización pueril de los capos del narcotráfico. Desde mi punto de vista se debe luchar en contra de la imbécil y contraproducente prohibición y al mismo tiempo condenar la vesania de los carniceros y sociópatas que encabezan el tráfico ilegal de estupefacientes. Gente conocida por su propensión al asesinato masivo e indiscriminado, por su participación en feminicidios y en el abuso y trata de mujeres, y por extorsionar y ejecutar a migrantes centroamericanos, los seres humanos más vulnerables del planeta.

Por eso para mí es muy obvio que “El Chapo” Guzmán, por ejemplo, es un ser humano sin escrúpulos, con el alma putrefacta y las manos manchadas de sangre inocente, y no el bonachón padre de familia, honorable hombre de negocios arrastrado a la ilegalidad por el hambre y la desesperación, y galante caballero incapaz de tocar a una dama, o a una actriz de telenovelas chiflada, sin su consentimiento, al que retrató estúpidamente el flatulento aprendiz de “periodista” Sean Penn. Lo siento, pero si el gángster pudo disimular no haber escuchado u olido el gas que Penn se tiró en su presencia, yo no tengo por qué fingir que su fallida pieza periodística sea algo más que una hedionda ventosidad cerebral.

Habiendo aclarado lo anterior, debo confesar que el arresto en España de Humberto Moreira, exgobernador de Coahuila y expresidente del PRI, el cártel político más poderoso y nocivo de México, me alegró más que la enésima captura del “Chapo”. Y es que un político corrupto del tonelaje de Moreira es muchísimo más dañino para cualquier sociedad que doscientos capos del narcotráfico juntos. Pues criminales y mafiosos hay en todos los países del mundo, incluso en los más “civilizados”, pero la diferencia es que solamente en naciones fallidas y fracasadas como México se vuelven monstruos inmanejables y capaces de carcomer al Estado, gracias en buena medida a su convivencia con servidores públicos tan voraces y corruptos como Moreira.

Y a pesar de que no comparto esa admiración romántica que tantas personas sienten por algunos forajidos egregios, creo que comprendo parte del encanto que provoca su mitología. Pues un delincuente al menos tiene el coraje de jugarse la vida y la libertad retando a la sociedad en la que vive. Y a pesar de que las probabilidades están totalmente en su contra, acepta el pacto fáustico que la vida criminal conlleva: unos cuantos años de riqueza y poder a cambio de una muerte violenta y temprana, o décadas en prisión. En un país como este, sumido en el primitivismo, la desigualdad y el estancamiento, para millones de personas el narcotráfico es la única vía de ascenso económico y social, y la vida de un capo se resume a la perfección en esa mórbida máxima que los mexicanos suelen entonar con lágrimas en los ojos en sus peores borracheras: “la vida no vale nada”.

Pero el politicastro corrupto no cuenta siquiera con esas débiles y cuestionables “cualidades”. Pues quien desfalca a una sociedad miserable refugiado detrás de una charola, una placa o un fuero, es, además de ladrón, un traidor y un cobarde. Un traidor porque traiciona la confianza que los ciudadanos ingenuamente depositaron en él, sacrificando el futuro de millones en el altar de su rapacidad insaciable. Y un cobarde porque sabe muy bien que no está corriendo ningún riesgo, pues un manto de impunidad garantizada y una gigantesca red de complicidades lo protegen.

En el caso de Moreira no hay que olvidar que además es miembro del PRI, una organización criminal legal y financiada con recursos públicos, a la que pertenece también el Señor Presidente de la República. Y como el principal deber de nuestras corrompidas e ineptas instituciones de “procuración de justicia” no es proteger a la nación persiguiendo delincuentes sino satisfacer los caprichos y cuidar los intereses del presidente en turno, y un ladrón como Peña Nieto jamás traicionaría a un colega de su misma banda delictiva, la impunidad de Moreira estaba más que garantizada en México. Por eso da tanta risa que los abogados del exgobernador caído en desgracia argumenten que su cliente fue investigado y exonerado en su patria por sus cómplices y protectores.

Apenas un par de semanas después de que Peña Nieto celebrara con desvergüenza y autocomplacencia infundada la reaprehensión de “Don Joaquín” (como lo llaman respetuosamente los custodios del Altiplano), alegando de paso que aquel golpe de suerte era una prueba irrefutable de la solidez de “nuestras instituciones”, la policía española lo puso en ridículo arrestando a Moreira. Pues al hacerlo exhibió la vacuidad e hipocresía detrás del triunfalismo oficial y expuso ante el mundo la bochornosa debilidad de las pútridas instituciones del narcoestado mexicano. Sí, esa oportuna e inesperada acción de la justicia internacional puso en evidencia la pasividad cómplice de las autoridades mexicanas frente a un hombre acusado de desfalcar al estado que gobernó y de tener nexos con el narcotráfico, específicamente con los “Zetas”, el cártel más sádico y sanguinario del país.

Peña Nieto soñaba con pasar a la historia como un arrojado y eficiente reformista que “salvó” a México. Esa fue la imagen que sus lacayos trataron de imponer desde el principio ante los serviles medios mexicanos y frente a la indiferencia y el desinterés de la prensa internacional. Pero es absurdo que un ladronzuelo ignorante como él aspire a semejante grandeza a base de propaganda delirante. Pues la posteridad seguramente lo tratará como lo que es: el hombrecito insignificante al que Televisa infló e impuso en la presidencia, y que terminó hundiendo al país en un caótico retroceso político, económico y social. Pero sobre todo, Peña Nieto pasará a la historia como un ladrón analfabeta que protegió celosamente a Carlos Romero Deschamps, Arturo Montiel, Raúl Salinas de Gortari, Humberto Moreira y demás ratas obscenamente regordetas, y muchísimo más nocivas que cualquier narcotraficante.

Por lo pronto, ojalá que la justicia española entregue a Moreira a las autoridades norteamericanas y que se pudra en una gélida cárcel gringa junto al “Chapo”, muy lejos de los lujos a los que está acostumbrado, de la protección del gobierno mexicano y del caluroso afecto de sus compinches priistas. Encerrado entre cuatro paredes de concreto, Moreira podrá dedicar todo su tiempo libre a mantener ese espectacular abdomen de lavadero que tanto nos presumió en las redes sociales. Si eso sucediera, tal vez nuestros cleptócratas se la piensen dos veces antes de abordar sus aviones privados y abandonar la seguridad e impunidad que este nido de ratas al que llamamos “patria” les garantiza.