Por Frank Lozano:

Nuevamente ocurrió un 19 de septiembre, luego de 32 años. Las escenas de angustia, el dolor compartido, las imágenes yendo y viniendo, montadas a todo color en el código predilecto de la era; las redes explotando: mensajes, videos, fotografías y textos documentando en tiempo real la tragedia; la cascada de reproducciones y la mirada atónita del espectador detrás de la pantalla, perdida en el loop de un edificio contorsionándose o de otro cayendo. Gritos, llanto, gente inundando las calles. Más noticias, ahora de Puebla y de Morelos. Las mismas imágenes, el mismo sentimiento: impotencia. El país entero entrando en shock, este país al que aún le duele el horrendo asesinato de Mara, que aún no se reponía de la tragedia en curso en Oaxaca y Chiapas. El país que nuevamente estaba por despertar.

A los pocos minutos de terminado el sismo comenzó la acción. Las víctimas se fueron transformando en héroes. Del miedo pasaron a la solidaridad. De pensar en sí mismos, comenzaron a pensar en otros. Los rostros aterrados adquirieron un gesto valiente. La prisa de salir de un edificio se convirtió en la urgencia de ayudar a otros. Como si los mexicanos tuviéramos un gen secreto, de manera espontánea se comenzaron a formar cadenas humanas.

Las piedras pasan de mano en mano. Otras personas identifican necesidades. Poco a poco la masa se convierte en ser social. El otro se vuelve tú, tú te vuelves ellos, ellos son nosotros y ustedes apoyan.

Paulatinamente, el resto del país comienza a contagiarse. Todos debemos pasar del estupor a la acción. Contactar, preguntar. Ver qué se ofrece. Difundir información, generar alternativas.

Rápidamente, las cadenas humanas que sacan piedras comienzan a sacar personas, y de las cadenas se desprenden otros tantos campos que atender: transporte, iluminación, pinzas, escaleras, lámparas, plantas de luz, sogas, comida, café, ropa, medicina, cascos, guantes, bicicletas para llevar y traer cosas.

Las empresas se contagian. Viajes gratis, comedores improvisados, lugares para descansar, ayuda psicológica, veterinarios para las mascotas, camiones de volteo, atención médica de urgencia gratuita. En otras latitudes, estudiantes mexicanos del MIT crean en tiempo record una aplicación para ayudar.

Una suerte de mano invisible ordena, dicta, sugiere y guía las acciones. Las redes, otrora simples generadoras de contenidos banales, se vuelven una metaconciencia: el lenguaje binario convertido en soluciones. Las redes se vuelven un mapa caótico, pero, a fin de cuentas, uno que da rumbo.

La información se genera, se difunde, impacta y se elimina. Hay protocolos para todo. En tierra, las manos van marcando la pauta a seguir. Cuándo callar, cuándo hidratar, se definen con movimientos claros. Las manos en los dispositivos, lo mismo. En redes, los protocolos también cuentan: verificar datos, no repetir información que tenga más de tres horas de haber sido publicada, evitar llenar la red de imágenes y privilegiar el contenido útil. Y lo mejor, una pausa sin memes, sin contenidos idiotas, sin el repulsivo acto de joder anónimamente a nadie.

Sí, somos un país golpeado, un país lastimado, un país escéptico de sus instituciones y escéptico del otro, pero ahora, una vez más, un 19 de septiembre demostramos que podemos ser otro México, y que ese México posible no solo es bueno, es deseable, es necesario, es urgente.

Ese México que estamos siendo es el México que no debemos dejar de ser. El México donde su gente toma el control de su realidad, el México donde su gente se vuelve autogestiva, solidaria, apasionada, desinteresada, generosa.

Es el México que no debemos dejar ir, como ya lo hicimos una vez, hace 32 años.