El Imperio Gay Contra los Cruzados Medievales

Por Oscar E. Gastélum:

“It doesn’t have any effect on your life. What do you care?! People try to talk about it like it’s a social issue. Like when you see someone stand up on a talk show and say, How am I supposed to explain to my children that two men are getting married? I dunno. It’s your shitty kid. You fuckin’ tell ‘em. Why is that anyone else’s problem—Two guys are in LOVE and they can’t get married because you don’t want to talk to your ugly child for five fuckin’ minutes?”

Louis CK

“I learned early on that most debates on this question are vapid or worse, since what we are discussing is not a form of sex, or not only a form of sex, but a form of love. As such, it must command respect.”

Christopher Hitchens

 

Hace un par de sábados, una turba indignada y azuzada por la iglesia católica, tan preocupada como siempre por el destino de nuestra sufrida nación, y compuesta en su inmensa mayoría por miles de individuos pertenecientes a lo que antes solía conocerse como las “buenas conciencias”, salió a marchar por las calles de algunas ciudades del país, incluyendo su diversa y cosmopolita capital. Pero esta insólita muchedumbre no tomó las calles para exigir la renuncia del mequetrefe traidor que ocupa la presidencia de la república, o para demandar reformas de fondo que acaben con la corrupción y la desigualdad que están carcomiendo el tejido social del país a un ritmo pasmoso y preocupante, ni a favor de alguna otra causa noble o racional, sino para reclamar que las parejas compuestas por personas del mismo sexo sean legalmente discriminadas.

Sí, aunque usted no lo crea, en pleno siglo XXI cientos de neanderthales ciudadanos de un país supuestamente laico salieron a vocear su odio, disimulándolo cobardemente bajo eslóganes incoherentes y anodinos, en contra de una minoría vulnerable. Y lo hicieron con el supino pretexto de “defender a la familia” (“tradicional”, “natural”, “normal”, o cualquier otro adjetivo ambiguo y hueco que se les ocurriera para aderezar su delirio), de los terribles embates de la civilización “ideología” del maligno “Imperio gay”, como dijo sin asomo de ironía o sentido del ridículo el vocero de la arquidiócesis de México. Pero lo más doloroso y  paradójico de tan deprimente espectáculo medieval fue ver a cientos de niños obligados a marchar bajo el rayo del sol, y a abrevar del odio ponzoñoso y visceral de sus deplorables padres. ¿Cuantos de esos niños habrán sufrido ese sábado, o sufrirán en el futuro, en carne propia y en silencio, los pinchazos venenosos dirigidos en su contra desde el corazón mismo de su sagrada familia?

No quisiera pecar de arrogancia o complacencia, pues todo  logro civilizatorio debe ser férreamente defendido ante cada amenaza, por más insulsa o ridícula que parezca, pero me parece muy obvio que estas, mal disimuladas, expresiones de intolerancia no son más que desesperadas patadas de ahogado de una minoría reaccionaria y nostálgica por un mundo que se fue y que no volverá jamás. Y la mejor prueba de su contundente derrota cultural es que esta gentuza mojigata ya ni siquiera se atreve a proclamar abiertamente su homofobia o a jactarse de sus prejuicios con orgullo, como sus antepasados, sino que se ve obligada a producir argumentos espurios y a usurpar el lenguaje de su enemigo mortal, el liberalismo, reclamando estúpidamente “tolerancia” para un odio irracional y pérfido que hunde sus raíces en la superstición más rancia.

Es muy importante exponer, y hasta agradecer, el homenaje que la hipocresía sin límites de la iglesia católica y del “Frente Nacional por la Familia”, ridículo membrete detrás del cual se parapetó en esta ocasión, le rinde a las virtudes del mundo moderno cada vez que trata de apropiarse de conceptos como “tolerancia”, “respeto” o “libertad de expresión”, que nacieron precisamente para luchar en contra de su nefasta, asfixiante y muchas veces sádica influencia. Pero también habría que recordarle a las ovejas más obtusas de su rebaño y a los incautos que podrían caer en su trampa retórica, que en una sociedad democrática y secular los intolerantes no tienen derecho a imponer sus prejuicios y supersticiones sobre el resto de la población a través de leyes civiles, y que la intolerancia no puede ni debe ser tolerada en un país que aspire a considerarse moderno, pues como dijo el gran Thomas Mann: “La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad”.

No, no debemos bajar la guardia ante los enemigos de la libertad y la diversidad, pero tampoco deberíamos de perder de vista, ni dejar de celebrar, los enormes avances que nuestra civilización ha logrado en este y otros terrenos. Porque en tan solo un par de décadas la lucha a favor de la diversidad sexual ha conseguido triunfos tan contundentes como inesperados y prácticamente irreversibles a lo largo y ancho del mundo civilizado, incluyendo este rincón marginal de Occidente al que llamamos patria, y en el que hasta un mentecato irredimible como Peña Nieto ya es capaz de reconocer la justicia esencial e irrefutable de la causa. Los marchantes del sábado pasado, empeñados en volver atrás el reloj para recuperar las glorias idas del siglo XIX o el medievo, caminaron en contra del sentido de la historia, la razón, la ciencia y la decencia humana. Pero a pesar de que creo firmemente que su causa está irremediablemente perdida, debemos seguir combatiéndolos sin cuartel, pues aún pueden destruir muchas vidas con su discurso de odio.

No, el mundo no se va a acabar ni la civilización se hundirá en la decadencia porque un Estado LAICO reconozca y ampare la unión civil entre dos seres humanos que se aman, sean del sexo que sean. De hecho, la lista de países que han aprobado el matrimonio igualitario parece calcada del índice de bienestar de la ONU e incluye a naciones como: Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Escocia, Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Nueva Zelanda y Canadá. Mientras que, por el otro lado, los países que persiguen y castigan, incluso con la muerte, la homosexualidad, suelen estar hundidos en el más profundo atraso económico y social, y son encabezados por potencias paradisíacas como: Sudán, Irán, Pakistán, Afganistán, Rusia, Yemen, Mauritania, Nigeria, Somalia y, desde luego, el cada vez más pequeño territorio controlado por ISIS.

Ante semejante panorama la disyuntiva está clarísima, y para desgracia de la Iglesia católica y sus ovejas rabiosas, México ya decidió a cuál de los dos clubes quiere pertenecer…