El hombre Fénix

Por Adriana Med:

El fracaso, esa palabra que nos produce tanto miedo. Más que la muerte, quizá. Morir no es vergonzoso pero creemos que perder sí lo es. Anhelamos la aparición de todas nuestras estrellas. Esperamos que se cumplan esas cosas llamadas sueños. Queremos aportarle algo al mundo: algo bueno, algo realmente bueno, o por lo menos realmente nuestro. Un deseo en el que conviven la nobleza y la vanidad. Si bien no todos ambicionan el éxito (o el concepto trillado que tenemos del éxito), no conozco a nadie que disfrute ser abucheado o duramente criticado. De hecho, a veces tenemos tanto miedo de recibir jitomatazos  sobre el escenario de la vida, que no nos animamos ni a contar un chascarrillo. Publicar es después de todo exponerse, correr el riesgo de hacer el ridículo.

Cuando todo esto era campo, Sergei Rachmaninoff era un joven pianista que se graduó con menciones honoríficas del Conservatorio de Moscú. Su rendimiento fue excelente, parecía tener un futuro brillante y era muy admirado, por lo cual  confiaba mucho en sí mismo. Pero antes de convertirse en uno de los compositores más grandes del siglo tuvo que pasar por tiempos muy oscuros.

En 1897, bajo la dirección de Aleksander Glazunov (quien presuntamente estaba ebrio), estrenó su Primera Sinfonía. En ella, se dice, tenía depositada toda su esperanza. Pero para su sorpresa las altas expectativas de convirtieron en desilusión. Fue un rotundo fracaso. La crítica lo hizo pedazos y el público tampoco lo acogió bien. Esto hirió a Sergei, quien se sintió decepcionado y ridiculizado, y cayó en una profunda depresión. Dejó de escribir y se dedicó por un tiempo (con éxito) a la dirección, pero eso no lo hizo feliz. Él quería componer, el problema es que ya no se sentía capaz de hacerlo. Tenía 24 años.

Casi tres años después sus amigos lo convencieron de ponerse en manos de Nikolái Dahl, un médico especializado en neurología, psicología y psiquiatría que era aficionado a la música clásica. Con un tratamiento diario de hipnoterapia y psicoterapia, y con el apoyo de sus seres queridos, Sergei mejoró anímicamente  y recuperó su seguridad. Poco después, entre el otoño de 1900 y abril de 1901, compuso el Concierto para piano y orquesta nº 2, una de sus obras más reconocidas. Ganó fama y respeto. Pasó de la humillación a la consolidación como un ave fénix, o mejor, como un hombre fénix. Un hombre fénix que en la cima no olvidó a quienes le tendieron la mano en el abismo, porque dicho concierto se lo dedicó nada más ni nada menos que al doctor Nikolái

De nuestras cenizas puede surgir una enorme belleza. Tocar fondo nos permite conocer peces que muy pocos han visto y nos impulsa a la superficie con más fuerza y material para trabajar. No siempre podemos hacerlo solos, a veces alguien nos socorre. Como el doctor Nikolái. El segundo concierto para piano y orquesta de Rachmaninoff no solo es un himno de resurrección, sino de gratitud. Cuando lo escucho me siento renovada, pero sobre todo agradecida con todas las personas que me han ayudado a levantarme.