El efecto hípster y un infinito laberinto de la soledad

Por Juan Francisco Morán:

¿Qué significa ser hípster?, ¿es un estilo de vida, una conducta, una forma de pensar? Un vocablo que, lejos de definir algo, confunde y provoca que algunos lo pronuncien solo para etiquetar a otros sin saber por qué, creando un dédalo de recovecos y confusiones entre las personas que viven en sociedad.

En los años cuarenta, el concepto refería a los músicos de jazz que usaban la palabra hip para describir a los conocedores de la emergente subcultura afroamericana. Hoy en día, algunos lo clasifican como una subcultura relacionada con la clase media y la clase alta que se manifiesta, por lo general, en colonias que sufren procesos de gentrificación. Las características que lo denotan suelen encaminarse a los gustos alternativos, vintage e independientes, buscando ir en contrasentido de las convenciones sociales, rechazando los valores de la cultura comercial predominante –la cultura de masas o mainstream–, y en favor de las culturas populares locales. Otros lo identifican como un estereotipo que agrupa a gente que gusta de escuchar música jazz e indie, ver películas clásicas e independientes, comer productos orgánicos, ir a ferias de ropa usada y adquirir objetos de segunda mano; leer literatura japonesa, visitar galerías de arte, estar a la vanguardia tecnológica y utilizar las redes sociales como el mejor medio para comunicarse. Unos más la refieren como una simple tendencia o moda que se destaca por usar lentes de pasta sin graduación, camisas de leñador, barba completa y bigote, y usar un corte de pelo que recuerda a los años de la dominación mundial alemana.

Esta subcultura, estereotipo, tendencia o moda está alejada de ser una eclosión. No existe una ideología que la defina para convertirla en un ismo. Pero si ajustamos la lente y enfocamos los detalles, podemos encontrar argumentos que señalan que el efecto del hípster contemporáneo proviene de los medios de comunicación y de los vendedores de estilo independiente, con la finalidad de segmentar y cooptar el mercado indie, formando un discurso contemporáneo sobre los hípsteres para crear una mitología mediática con la cual se identifiquen los jóvenes (Zeynep Arsel y Craig Thompson).

Pero otra de las teorías del efecto hípster radica en la distinción, en ser diferentes a los demás en razón del capital cultural que les permite dictar un estilo, moda o conducta, diferente en gustos a los de la cultura dominante, como lo analiza  Mark Greif en “El hípster en el espejo”, basándose en un estudio sociológico de Pierre Bourdieu, el cual propone que “quienes cuentan con mayor capital cultural (activos sociales no económicos, como la educación y otros que permiten la movilidad social en términos más amplios que el mero ingreso) son quienes determinan lo que constituye el buen gusto en una sociedad. Los que tienen menos capital general aceptan este gusto y aceptan la diferencia entre alta y baja cultura (clásica y popular) como algo legítimo y natural, y en consecuencia aceptan también las restricciones a las equivalencias existentes entre tipos de capital (económico, social, cultural). Quienes tienen menos capital general no son capaces de adquirir un capital cultural considerable, porque no cuentan con los medios necesarios para hacerlo. Esto puede referirse, por ejemplo, a la incapacidad de algunos para describir o entender una obra clásica de arte, producto de las características de su habitus”.

Greif declaró que el término hípster es a menudo usado por la juventud de contextos económicos disparejos para lograr una posición social determinada. Al ponerse en duda la naturaleza contradictoria de la etiqueta, sus miembros piensan que no son hípsteres. Paradójicamente, aquellos que usaron el término como insulto fueron los mismos que a menudo tendían a hípsteres. Ellos mismos visten pantalones ajustados y grandes lentes, se reúnen en pequeños grupos en grandes ciudades y miran por encima del hombro a modas mainstream y a los turistas.

Otro efecto es que el hípster lucha por ser alternativo, por ser diferente a los demás, pero en el momento en que uno replica lo que otro cree que es original, deja de ser alternativo para convertirse en parte de la cultura de masas o dominante. Esto no solo ha llamado la atención a los hípsteres que se creen de cepa u originales, la atención ha llegado a los científicos que, a través de una ecuación matemática, pretenden dar las razones de por qué todos los hípsteres lucen igual y se comportan de la misma forma, cuando lo que pretenden es ser diferentes. En “El efecto hípster”, Jonathan Touboul, por medio de una fórmula, pretende explicar esta conducta, concluyendo que “si un hípster decide ir en contra de las mayorías tratando de ser diferente, al final termina haciendo lo mismo que otro. La razón es el tiempo que le toma a un individuo en registrar una tendencia para ir en sentido contrario. Nada puede poner sobre aviso a alguien de las tendencias de los demás en tiempo real para lograr anticiparse a ella, siempre hay un retraso”. En otras palabras, cuando un hípster cree que está imponiendo una tendencia, ya hubo otro que actuó en el mismo sentido, terminando ambos haciendo lo mismo, por eso encontrar al verdadero hípster es como encontrar a un unicornio.

Existen diversos caminos para entender el efecto hípster. Uno basado en la mercadotecnia, como lo argumentan Zeynep y Creig, otro en una postura de clases sociales como lo indica Mark Greif, o incluso como lo estudia Jonathan Touboul, uno científico. Pero yo encuentro otra más. En “El laberinto de la soledad” de Octavio Paz. Sin embargo, el análisis que el poeta expresa en su ensayo va más allá de la identidad del mexicano, trasciende a la condición humana. Basta recordar el capítulo “El Pachuco y otros extremos” para entender la percepción que se puede llegar a tener de la identidad de un hípster y apreciar lo vigente de su obra. Sobre el pachuco, Paz dice:

A pesar de que su actitud revela una obstinada y casi fanática voluntad de ser, esa voluntad no afirma nada concreto sino la decisión -ambigua, como se verá- de no ser como los otros que los rodean. […] Todo en él es impulso que se niega a sí mismo, nudo de contradicciones, enigma. Y el primer enigma es su nombre mismo: “pachuco”, vocablo de incierta filiación, que dice nada y dice todo. […] A través de un dandismo grotesco y de una conducta anárquica, señalan no tanto la injusticia o la incapacidad de una sociedad que no ha logrado asimilarlos, como su voluntad personal de seguir siendo distintos. […]El pachuco ha perdido toda su herencia: lengua, religión, costumbres, creencias. Sólo le queda un cuerpo y un alma a la intemperie, inerme ante todas las miradas. Su disfraz lo protege y, al mismo tiempo, lo destaca y aísla: lo oculta y lo exhibe.

Estos párrafos me hacen ver las similitudes entre el pachuco y el hípster: la necesidad de sentirse distintos a los demás, de ir en contrasentido a una cultura dominante, la carencia de raíces originarias, la protección a través de un disfraz que los oculta y los exhibe, el impulso de negarse a sí mismos y ofenderse cuando los etiquetan como tales y la pluralidad de significados que puede llegar a tener su vocablo.

Dependiendo del camino que se escoja, algunas personas podrán parecer hípsteres solo por su forma de vestir o en respuesta a una influencia mediática. Otros lo serán para luchar por un sitio dentro de una determinada clase social. Algunos más por su búsqueda de identidad esforzándose en no ser vistos como los demás. Unos más por la obstinada fijación de ser originales, cuando ignoran que no hay nada nuevo bajo el sol.