El Chivo y el Oso

Por Oscar E. Gastélum:

“En estos tiempos en que los literatos parecen haber descuidado sus deberes épicos, creo que lo épico nos ha sido conservado, bastante curiosamente, por los westerns. En este siglo el mundo ha podido conservar la tradición épica nada menos que gracias a Hollywood”

—Jorge Luis Borges

“Dios creó a los hombres, pero Sam Colt los hizo iguales”.

—Refrán popular norteamericano

Tras el incomprensible éxito de la infladísima e indigerible “Birdman”, el artista antes conocido como González Iñárritu regresó a las pantallas del mundo con “The Revenant”, un western invernal con el que nuevamente ha cosechado nominaciones al por mayor y ha recibido un aluvión de críticas positivas mucho más merecidas que las del año pasado.

Y es que “The Revenant”, gracias en gran medida al ojo privilegiado de Emmanuel Lubezki, es visualmente majestuosa, y la actuación de Leonardo DiCaprio, que seguramente desembocará en el primer Oscar de su brillante carrera, es un tour de force capaz de elevar hasta la obra más mediocre. A esto hay que agregarle la bendición de que una película de dos horas y media de duración sea tan parca en los diálogos, el ingrediente más débil, y a veces exasperante hasta la náusea, en la muy desigual obra de González Iñárritu.

Pero antes de hablar de “The Revenant”, debo confesar que el western es uno mis géneros predilectos, pasión que se originó en mi más tierna infancia y se consolidó con los años al abrevar en las obras maestras de John Ford, Howard Hawks, Sergio Leone, Clint Eastwood, Sam Peckinpah, entre muchos otros. Y es que los grandes temas abordados por los clásicos del género siempre me han obsesionado: El choque entre la civilización y la barbarie, y la frontera crepuscular que las divide; el vastísimo paisaje, yermo y hostil, como símbolo insuperable de la indiferencia de la naturaleza y nuestra esencial soledad; y el arduo dilema de la justicia en un mundo sin dios y en el que el Sheriff más cercano suele estar a cientos de kilómetros de distancia.

Además, siempre me ha fascinado la épica luciferina de la gran expansión hacia el oeste, con sus dosis de arrojo, resistencia sobrehumana y heroísmo. Pero también con sus múltiples y traumáticos crímenes, como el genocidio cometido en contra de la población indígena, y la exterminación casi total del búfalo, ese portentoso, bellísimo y vulnerable animal que hace una aparición hipnótica e inolvidable en una de las mejores secuencias de “The Revenant”. A esto habría que agregar el robo de ese vastísimo territorio a una indolente nación vecina que nunca tuvo la iniciativa y el coraje para emprender la conquista de lo que supuestamente era suyo. Un crimen muy menor, y hasta justificable, en comparación con los otros.

Por si todo esto fuera poco, los grandes westerns son una ventana al origen histórico del EEUU actual, e ilustran a la perfección las causas de la discordia política que divide tajantemente al país en dos fracciones irreconciliables y que se ha manifestado con particular acritud en los últimos años. Y es que mientras que las costas evolucionaron bajo la tutela de un Estado moderno y se caracterizan por su liberalismo y su parecido con Europa, el sur y el medio oeste quedaron marcados por ese origen salvaje y siguen siendo sociedades ultraconservadoras y basadas en el honor. Es por eso que en esas regiones la Biblia y los revólveres mandan y se ve con desconfianza al otro en todas sus manifestaciones, y al Estado, tan distante y ausente en el inicio.

Pero volviendo a mi afición al western, curiosamente ese ferviente entusiasmo que acabo de desmenuzar parcialmente tuvo una peculiar etapa cuando, más o menos a los ocho años, me obsesioné con “Man in the Wilderness”, una película protagonizada por el gran actor británico Richard Harris y basada parcialmente en la historia de Hugh Glass, el pionero, explorador y cazador norteamericano famoso por haber sobrevivido el brutal ataque de un oso grizzli en 1823. Sí, ese mismo explorador al que Leonardo DiCaprio da vida en The Revenant. Pero a pesar de ese alentador antecedente y de las ganas que tenía de ver una nueva versión de esa extraordinaria odisea, debo confesar que “The Revenant” estuvo lejos de impactarme como lo hizo “Man in The Wilderness” en mi niñez.

Y es que la película de González Iñárritu, siendo muy buena en algunos aspectos, está lejos de ser la gema perfecta que la mercadotecnia y las ceremonias de premios nos tratan de vender. Para empezar habría que señalar que, empalagada con su propia belleza y atrofiada por un ritmo demasiado lento y algunos errores garrafales en el reparto (Woody Allen tiene más pinta de pionero que Will Poulter), “The Revenant” no logra transmitir el dramatismo y la emoción que semejante trama demanda. Sí, la escena del oso es espectacularmente realista y DiCaprio exuda emoción por cada poro, pero ni eso evita que por momentos la película se torne francamente soporífera, y es muy probable que con un actor menos dotado todo hubiera desembocado en una obra emocionalmente inerte y de un preciosismo estéril.

Pero por otro lado se agradece que, en estos tiempos de corrección política desenfrenada y relativismo multiculturalista, González Iñárritu se haya abstenido de administrarnos una dosis del perezoso y estulto mito del buen salvaje. Si las mejores secuencias de su película son en las que aparecen los feroces guerreros Arikara, se debe en buena medida a que, reconociendo su condición de víctimas oprimidas y derrotadas, no se les presenta como más buenos, nobles o “espirituales” que sus contrapartes europeos. Esa ambigüedad moral, que por momentos me recordó las mejores escenas de “Meridiano de Sangre”, obra maestra de Cormac McCarthy y la mejor novela norteamericana desde Moby Dick, imbuye a “The Revenant” con el intoxicante aroma de la tragedia.

En resumen, a pesar de sus defectos y de no ser la obra maestra que Hollywood nos trata de vender, “The Revenant” es por mucho la mejor película de su director. Y como sería una mezquindad limitarse a compararla favorablemente con bodrios insufribles como Babel, Biutiful, o “Birdman”, ese fraude inflado artificialmente por una industria que se reconoció en su repelente vacuidad, debo reconocer que González Iñárritu ha dado un salto cuántico en la dirección correcta y que si continúa por el mismo camino seguramente nos entregará obras más logradas que este despampanante y gélido western.

Pero para que eso pase, González Iñárritu debe empezar por dominar su inmenso ego y asimilar de la mejor manera posible la lluvia de elogios huecos que ha recibido en los últimos años por parte de gente deslumbrada por su exótico apellido, aceptando la dolorosa pero incontrovertible verdad de que nunca llegará a ser la versión mexicana de Tarkovsky. Y es que las escenas oníricas y fallidamente poéticas en “The Revenant” no sólo se sienten forzadas y artificiales sino que tienen más en común con la estética de un comercial de perfume que con la del gran genio ruso.

En segundo lugar, y por obvias razones, debe aferrarse como sanguijuela a la cámara del gran “Chivo” Lubezki, ese mago que fue capaz de esconder la insulsez insípida de “Birdman” con su brujería. Y por último, González Iñárritu debe alejarse lo más posible de los guiones que filme, ponerlos en manos de buenos escritores y no agregarles o quitarles ni una coma. Pues de nada servirá que se haya alejado de un charlatán como Arriaga si se empeña en arruinar personalmente los guiones de sus películas. En pocas palabras, si el famoso y exitoso “Negro” se limita a ser el talentoso y eficiente artesano de la lente que es, seguramente seguirá produciendo películas dignas de verse y se superará a sí mismo en cada nuevo proyecto.

¿Vale entonces la pena ver “The Revenant”? Sí, y de preferencia en el cine pues es un espectáculo visual majestuoso. Pero los cinéfilos de hueso colorado harían bien en buscar estos tesoros que, a pesar de ser auténticas obras maestras, no cuentan con el aparato propagandístico detrás de la película de Iñárritu y la mayoría jamás recibirán un Oscar. Además, son mis favoritas indiscutibles de 2015: “45 Years”, “Carol”, “Timbuktu”, “Son of Saul”, “Hard to be a God”, “The Look of Silence”, “White God”, “The Duke of Burgundy”, “The Assassin”, “Spotlight”, “Room”, “Amy”.