El apócrifo domingo

Por Bvlxp:

Algo tienen los días de asueto que no tienen los domingos. Algo mucho más feo. Los días de asueto son lentos, de camas destendidas, de un creciente cochinero en la cocina, ropa por aquí y por allá: un desarreglo que se parece mucho a la rutina rota, a la interrupción del fluido correr de los días. Los días de asueto son por lo general una pausa deseada que al final no sabemos bien qué hacer con ella. Aun peor, a veces hasta nublados y con lluvia vienen estos días.

Digamos que los días de asueto son un día cualquiera que se disfrazó de domingo y el disfraz le quedó mal cosido, como ese que fue apresuradamente confeccionado por una madre desvelada y cansada para la asamblea de su hijo al día siguiente. Estos domingos apócrifos llegan sin avisar, se instalan en un lugar de la semana que no es el suyo, y no hay qué hacer con ellos; son como un domingo con muchas menos posibilidades. Los días de asueto son días de pijama, de comida rápida, en los que existe el consenso que lo mejor es ponerse a hacer absolutamente nada y quedarse entre el tedio doméstico, rumiando lecturas, el Internet, la televisión, porque el mundo de allá afuera decidió que hoy no tiene mucho que ofrecernos.

Si uno decide desafiar el ritmo de estos días lentos y morosos, tendrá que contentarse con algún atiborrado restaurante, alguna cafetería o con los centros comerciales y sus cines, llenecitos de señores de mediana edad ataviadísimos con camisas a cuadros debajo de algún intrépido chaleco, el pelo engominado y una cara que delata que realmente preferirían estar muertos que lidiando con las demandas de su prole, apestando a loción entre los muertos vivientes del asueto.

Será que los días de asueto me traen a la memoria mi propia infancia: a mí y a mi hermano entretenidos en este juego y en aquel otro, silenciosamente conscientes de que el día corre lento, con los amigos guardados en sus casas, y mis padres en unas fachas impresentables y cansadas como su propio matrimonio. Mi padre, ocupado sopesando por enésima vez el motor de su coche; mi madre aprovechando las horas ordenando el perenne desorden de los rincones olvidados de la casa.

Los días de asueto son especialmente inoportunos cuando se está triste: toda la calma y el silencio se vuelven contra uno, la tristeza parece hacerse una casa entre la quietud y observarnos de entre los árboles a través de la ventana. Aunque pareciera que los días de asueto están hechos para pasarla difícil, puede uno no pasarla tan mal si se arranca la melancolía y la pijama, y sale a vivir entre las caras largas y pausadas en los parques o a caminar las calles silenciosas, viendo pasar la tarde como no hacemos en ningún otro día. Entonces la calma se vuelve una cofradía, habitamos un intersticio de paz cuyo pacto habremos de romper al otro día.