Discurso pronunciado en la presentación oficial de «De armas tomar» en el Palacio de Bellas Artes

Por Ángel Gilberto Adame:

En recuerdo de

Teodoro González de León

y Rafael Tovar y de Teresa

Leer el flujo de la historia es una tarea apasionante que nos convierte en observadores del caudal del tiempo; una perplejidad que pone de relieve ante nosotros episodios que han sido consignados al olvido por el arbitrio de la memoria.

El azar, caprichoso en ocasiones, nos permite atisbar leves fragmentos de épocas consumadas, los cuales son epifanías invaluables para el historiador o el biógrafo, pues le permiten poner a prueba su paciencia inquisitiva y su curiosidad crítica.

En mi caso, fueron las hemerotecas y los archivos los que me marcaron las pautas a seguir para esbozar, con la mayor veracidad posible, las biografías de las doce mujeres que aparecen en el libro que hoy nos reúne.

Este proyecto derivó de otro en el que trabajé tres años, la biografía intelectual de Jesús Moreno Baca. Investigando sobre la generación de 1915 de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, y en particular acerca de los llamados Siete Sabios de México, advertí que apenas había unos cuantos nombres de mujer en los inmensos listados de estudiantes de la época. Entre ellos, había uno, el de Clementina Batalla, que ocupaba un protagonismo central en toda la relatoría de las andanzas juveniles. Me abrí paso lentamente hasta descubrir que, además de su brillantez académica y la jovialidad con que se desenvolvía, era también una estupenda narradora cuyas memorias yacen ignoradas en el Archivo General de la Nación.

Desde entonces, orienté mis esfuerzos a documentar la participación femenil en los ámbitos académicos. En esa búsqueda me encontré con Adelaida Argüelles, importante dirigente del primer Consejo de Estudiantes que se creó en el país. De a poco, mis investigaciones se extendieron a otras esferas y seguí encontrándome con mujeres trascendentales para la conformación de nuestra nación.  En ese momento decidí que debía abocarme al rescate de esas protagonistas de nuestra historia, cuya importancia no ha sido debidamente valorada.

Así, además de las dos ya mencionadas, añadí a María Arias Bernal quien fue una normalista que se convirtió en la guardiana de la tumba de Francisco I. Madero, a pesar de las amenazas de Victoriano Huerta. Ya que las Normales habían crecido al grado de convertirse en espacios neurálgicos desde los cuales las mujeres daban sus primeros pasos para posteriormente ampliar sus áreas de estudio, me encontré con Palma Guillén, quien de la pedagogía se trasladó a la diplomacia, y con Eulalia Guzmán, quien cambió la docencia por la arqueología.

No menos significativo fue el caso de Matilde Montoya, quien provocó el estupor de la sociedad porfirista al convertirse en la primera médica mexicana y practicó su ciencia atendiendo a los heridos por la guerra civil.

Otra trinchera desde la cual ejercieron su emancipación estas mujeres fue la prensa escrita. Juana B. Gutiérrez publicó su propio periódico liberal, por el que fue perseguida y encarcelada, pues su programa político, tachado de subversivo, proponía que se concediese el voto a la mujer. Un sendero similar recorrió Hermila Galindo, quien fue responsable de una revista que tocaba temas tan sensibles como la educación sexual y que promovió con ahínco el sufragio femenino.

María del Pilar Moreno Díaz desafió a las instituciones jurídicas para exponer apasionadamente sus razones para vengar el asesinato de su padre; Mimí Derba (“con un poco de afrodita/ y otro tanto de Minerva”, como dijo un poeta) convirtió su trabajo en un puente que unió al teatro con la cinematografía, además de invertir buena parte de su fortuna para impulsar el primer cine mexicano. Por último, la primera estancia de Tina Modotti en México demostró que la sociedad aún no estaba preparada para acoger a una mujer que expresase abiertamente su ideología política y ejerciese su libertad sexual. Dediqué también un capítulo, apenas una semblanza, a Concepción Mendizábal, a manera de homenaje a la primer ingeniera civil mexicana.

Este mosaico, amén de representativo, pretende explorar las circunstancias contingentes que permitieron a doce mujeres desafiar las relaciones jerárquicas en un país lamentablemente ufano de su cepa machista. Son semblanzas sin intención hagiográfica, pero que aspiran a fortalecer el reconocimiento de la influencia femenina en la historia nacional.