De Perros y Niños Héroes…

Por Oscar E. Gastélum:

“Dogs are our link to paradise. They don’t know evil or jealousy or discontent. To sit with a dog on a hillside on a glorious afternoon is to be back in Eden, where doing nothing was not boring–it was peace.”

― Milan Kundera

Tras una semana como la que hemos vivido, es difícil distinguir el cansancio físico del emocional. Los brazos, y todos los músculos del cuerpo, duelen más que la primera vez que fuimos a un gimnasio, y el duelo y la indignación conviven en nuestro interior con el orgullo y la esperanza. Por si esto fuera poco, la falta de sueño altera nuestra percepción y agudiza todo lo que experimentamos o sentimos. En estas circunstancias resulta difícil sentarse a escribir una columna, e imposible hacerlo sobre cualquier otro tema que no esté relacionado con el terremoto y sus secuelas. Por ello, en esta ocasión preferí redactar un recuento, a manera de agradecimiento, de todos los actos heroicos que atestiguamos en los últimos días, y que nos devolvieron un poco de la fe en nuestro país, y en la humanidad entera, que habíamos perdido en los últimos años.

Obviamente habría que empezar por mencionar a los voluntarios civiles (oficinistas, albañiles, vecinos, estudiantes, amas de casa, etc.) que, como sucedió en 1985, desde el primer minuto se volcaron a ayudar a las víctimas del sismo. Primero formando largas cadenas humanas para remover escombros, en un conmovedor intento por encontrar y rescatar a quienes tuvieron la desgracia de quedar atrapados debajo de las ruinas. Y luego atestando los supermercados para comprar víveres, creando centros de acopio, llenando camiones con despensas y trabajando día y noche, bajo el sol y bajo la lluvia, para hacer llegar la ayuda no sólo a la Ciudad de México sino a los municipios afectados en Morelos, Puebla, y el Estado de México, sin olvidar en ningún momento la desgracia de Oaxaca y Chiapas.

Y a pesar de que en esta ocasión la solidaridad mexicana volvió a exhibir un rostro multigeneracional y pluriclasista, vale la pena hacer énfasis en la vigorosa y desinteresada generosidad de los más jóvenes. En los últimos años se había puesto de moda repetir descalificaciones groseras en contra de los “millennials” y usarlos como chivos expiatorios para explicar todos los males del mundo. Me enorgullece decir que jamás participé en esos ataques, e incluso puedo jactarme de haber escrito en este espacio, hace apenas unas semanas, una reivindicación de los miembros más jóvenes de esa generación a cuyos márgenes pertenezco. Y es que afortunadamente ese mito bobalicón y simplista que pintaba a los millennials como un hato de narcisistas indolentes quedó sepultado para siempre bajo los escombros generados por este maldito terremoto.

Pero volviendo al espíritu de hermandad que poseyó a este país herido y tradicionalmente pasivo y apático, vale la pena mencionar también a quienes, debido a la distancia, no pudieron integrarse a las brigadas de rescate o ayudar directamente en la zona de desastre, pero que en lugar de quedarse cruzados de brazos, enfrentaron la desesperación y la impotencia buscando la manera de cooperar desde lejos, ya sea donando dinero a la Cruz Roja, a Los Topos u a otras fundaciones, o usando las redes sociales para tratar de difundir información útil y fidedigna. Pero la ayuda no sólo provino del interior del país sino del mundo entero. Y si la fraternidad ciudadana exhibida por mis compatriotas volvió a emocionarme tanto como en 1985, debo confesar que la solidaridad internacional también me conmovió hasta la médula. Sí, Israel (ese país tan calumniado e incomprendido), Japón y EEUU enviaron los equipos de rescate de élite más numerosos, pero también España, Chile, El Salvador, Honduras, Colombia, Ecuador, Guatemala y hasta Venezuela, colaboraron desinteresadamente con sus rescatistas especializados. Creo que sobra decir que nuestra deuda con esos países hermanos es eterna e impagable.

Considero que ya es prudente afirmar que ni el gobierno federal ni mucho menos los locales estuvieron a la altura de la desgracia, y que este desastre natural volvió a exhibir la incurable y enervante ineptitud y rapacidad de nuestros políticos. Pero a pesar de ello, algunas instituciones del Estado como el Ejército y la Marina (pese al extraño incidente de “Frida Sofía” y a la bochornosa humillación a la que Televisa sometió a dos de sus almirantes) respondieron de manera ejemplar ante la tragedia, y sus elementos se partieron el alma, con heroísmo y gallardía, poniendo toda su experiencia y años de entrenamiento al servicio de los ciudadanos afectados. Todo esto a pesar de los ataques pueriles de algunos taradetes con ínfulas de guerrilleros urbanos y de los lamentables pero comprensibles roces que algunos de sus elementos tuvieron con familiares desesperados e impacientes por encontrar a sus seres queridos desaparecidos.

A todo esto habría que agregar a los héroes caninos que expusieron sus vidas tratando de encontrar seres humanos atrapados entre los escombros, demostrando una vez más que ellos son la mitad más noble y entrañable de ese binomio inseparable que integran junto a nuestra especie desde hace miles de años. La hermosa y carismática Frida fungió como la embajadora ideal de nuestros héroes de cuatro patas, pero no debemos olvidar que decenas de perros, incluyendo a varios que viajaron miles de kilómetros para ayudarnos, participaron en las labores de búsqueda. Pero en esta ocasión a nosotros también nos tocó corresponder su inocente altruismo. Baste decir que uno de los primeros rescates que atestiguamos a través de las redes sociales, unos minutos después del terremoto, fue el de un hermoso labrador, y uno de los últimos, reportado apenas el lunes por los medios de comunicación, fue el de un pequeño chihuahua que sobrevivió seis días bajo los escombros. Y es que este cataclismo nos reveló que la sociedad mexicana (que difundió imágenes de perros perdidos con tenacidad inédita, les buscó albergue y sustento, y ofreció servicios veterinarios gratuitos al por mayor) es más sensible que nunca al dolor y al bienestar de nuestros mejores amigos. Me atrevería a afirmar que ese es el paso más grande que hemos dado (junto con la ingeniería antisísmica) desde 1985.

Es cierto que no faltaron los miserables que asaltaron automovilistas varados en medio del caos del primer día, y que hubo quienes se atrevieron a robar camiones cargados con víveres para los damnificados. También aparecieron dementes narcisistas que difundieron información falsa y esparcieron rumores para llamar la atención o que se presentaron en las zonas de desastre para estorbar y tratar de decirle al ejército cómo hacer su trabajo, algunos movidos por el fanatismo ideológico y otros por puro afán protagónico. Pero afortunadamente, la inmensa mayoría de los mexicanos han estado a la altura de las circunstancias. Pero esto todavía no termina, aún nos quedan semanas muy difíciles por delante en las que debemos seguir apoyando a las víctimas manteniendo el mismo espíritu de unidad y servicio que nos ha hecho sentir tan insólitamente orgullosos de nosotros mismos. Además, no podemos desaprovechar la oportunidad que este inesperado cataclismo nos abrió para tratar de reanimar nuestra moribunda democracia, asfixiada en la cuna por la camarilla de mafiosos y ladrones que nos “gobiernan”. De nosotros depende que nuestros muertos del 19 de septiembre de 2017 no hayan perecido en vano…