Crónica de una decadencia civilizatoria anunciada

Por Óscar E. Gastélum:

“La mayoría de los pacifistas pertenecen a oscuras sectas religiosas o son simplemente filántropos que no aceptan la muerte violenta y prefieren no pensar más allá de este punto. Pero hay una minoría de intelectuales pacifistas cuyo motivo real aunque no reconocido parece ser el odio a la democracia occidental y la admiración hacia el totalitarismo. La propaganda pacifista se reduce por lo habitual a decir que un lado es tan malo como el otro, pero si uno examina de cerca los escritos de los intelectuales pacifistas más jóvenes, descubrirá que de ningún modo expresan una desaprobación imparcial, sino que lanzan la mayoría de sus flechas directamente contra Gran Bretaña y Estados Unidos…”

—George Orwell

El pasado sábado catorce de marzo, como represalia ante el enésimo ataque con armas químicas perpetrado sobre civiles inermes por las fuerzas del tirano sirio Bashar al-Assad, una coalición conformada por EEUU, Reino Unido y Francia, lanzó una ofensiva militar en contra de su sanguinario régimen. El ataque fue sumamente preciso y contenido, y se limitó a destruir tres instalaciones relacionadas con el programa de armas químicas del tirano. La coalición fue tan cuidadosa en la elección de los blancos de su ataque, haciendo todo lo posible por que sus misiles no le tocaran ni un pelo a las fuerzas rusas e iraníes que se encuentran en Siria desde hace años (fungiendo como alcahuetes y cómplices de los crímenes de guerra que Assad comete cotidianamente), que para cuando el bombardeo finalmente se llevó a cabo, las instalaciones estaban completamente vacías, por lo que no hubo ni una sola baja militar y mucho menos civil.

A pesar de todo lo anterior buena parte de la opinión pública occidental (los loquitos de ultraizquierda y ultraderecha, desde luego, pero también muchísima gente normalmente cuerda y sensata) reaccionó con iracundia inaudita ante ese ataque más bien simbólico y francamente timorato. Miles de personas que jamás habían emitido ni el más mínimo susurro ante los crímenes contra la humanidad que se cometen diariamente desde hace más de siete años en Siria se transformaron súbitamente en vociferantes y gimoteantes pacifistas, ebrios de indignación ante la destrucción de tres instalaciones militares vacías. Pero ese misterioso y desagradable despliegue de hipocresía no debería intrigarnos ni sorprendernos, pues desde hace décadas, millones de occidentales mimados usan el pacifismo como una máscara para ocultar el odio irracional y suicida que sienten en contra de la civilización que los vio nacer. Eso es precisamente lo que denunciaba Orwell en el ensayo que cito en el epígrafe de este texto, pues, aunque usted no lo crea, en plena Segunda Guerra Mundial había pacifistas occidentales, sobre todo europeos y norteamericanos, que fungían como apologistas y propagandistas del mismísimo Hitler.

Sí, el rencor que esa gente siente en contra de la democracia liberal y de todo lo que huela a Europa o a EEUU (para no hablar de Israel) explica su alucinante incoherencia: Por un lado justifican o ignoran la vileza de los peores monstruos y tiranos del mundo (siempre y cuando sean enemigos de Occidente), y por el otro estallan en alaridos histéricos ante cualquier acción militar encabezada por las democracias occidentales, por más justificada que esté. Pero en este caso, el contraste no pudo haber sido más obvio e incriminatorio. Y es que la guerra civil siria empezó hace siete largos años, y el saldo hasta el momento es de más de medio millón de personas muertas, seis millones de desplazados internos y aproximadamente siete millones de refugiados. Nuestros pacifistas no dijeron ni pío en todos estos años porque el autor de ese horror es un tirano enemigo de Occidente, pero en el instante en que EEUU y sus aliados destruyeron tres laboratorios de armas químicas vacíos, se lanzaron a las calles para protestar contra “la guerra”, e inundaron las redes sociales con teorías de la conspiración y propaganda cocinada en Rusia. Todo esto sería desternillante si no fuera, intelectual y moralmente, repulsivo.

Pero esta actitud no sólo es absurda y repelente sino francamente peligrosa, pues ya no está confinada en los márgenes del espectro político, donde siempre han medrado extremistas y payasos, sino que ha contagiado a muchísima gente común y corriente que hasta hace unos cuantos años solía informarse en medios de comunicación confiables pero que ahora consume toneladas de desinformación en las redes sociales, esos vastos páramos donde cualquiera, desde pérfidos propagandistas a sueldo disfrazados de “pacifistas”, hasta idiotas útiles con ínfulas de “periodistas alternativos”, pueden desinformar impunemente a miles de personas. Nadie ha aprovechado esa nueva vulnerabilidad en el corazón de las democracias occidentales como el tirano ruso Vladimir Putin, cómplice y patrocinador de los crímenes del carnicero sirio. Y es que Putin y sus esbirros cibernéticos se han aprovechado de la libertad de expresión que existe en Occidente para sembrar discordia y caos, amplificando la voz del extremismo (de derecha e izquierda), y envenenando las caudalosas aguas de las redes sociales con teorías de la conspiración y propaganda. Todo esto con el fin de socavar la confianza ciudadana en las instituciones (incluyendo a los medios de comunicación) y los valores de la democracia liberal.

Por eso es tan importante contrarrestar la desinformación del Kremlin en torno a Siria. No, el bombardeo de EEUU, Francia y Reino Unido no fue “ilegal” y si no contó con la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU fue porque Rusia veta cualquier resolución que tenga que ver con Siria (incluyendo un par presentadas la semana pasada y que solicitaban una investigación independiente del más reciente ataque con armas químicas en Duma). Lo que SÍ es indisputablemente ilegal es asesinar a cientos de miles de civiles, incluyendo ancianos, mujeres y niños, con armas químicas o bombas de barril. También es ilegal secuestrar y torturar hasta la muerte a miles de disidentes y atacar intencionalmente a periodistas, hospitales y personal médico, como ha hecho el carnicero Assad desde el inicio de esta guerra infernal. No, los crímenes del régimen de Assad no son comparables con los que cometen los insurgentes que luchan en su contra. Según la Syrian Network for Human Rights (SNHR), el 92.5% de los más de doscientos mil civiles que han muerto en esta guerra han sido asesinados por los esbirros de Assad y el ejército ruso. Los grupos extremistas islámicos, incluyendo a ISIS, están en un lejanísimo segundo lugar, siendo responsables apenas del 2.19% de esas muertes. Además, según una encuesta realizada por The Syria Campaign, el 70% de los refugiados sirios declaró haber abandonado su patria para huir de las fuerzas de Assad y el 50% regresaría a Siria si el monstruo fuera removido del poder.

No, Assad no es el “legítimo presidente de Siria” como aseguran sus apologistas más desvergonzados, es un dictadorzuelo que heredó su puesto cuando murió su papi, quien por cierto también fue un tirano propenso a masacrar civiles a la menor provocación. En total, la familia Assad ha sojuzgado Siria durante 47 largos años, prácticamente medio siglo. No, la guerra civil siria no es producto de una pérfida conspiración entre los malvados gringos y el siniestro Israel (de hecho, si de algo se puede acusar a EEUU en este conflicto es de adoptar una actitud pasiva, pusilánime e irresponsable; y a Israel le conviene menos que a nadie el caos en que está sumida Siria, pues ahora tiene que lidiar con un vecino inestable y con la presencia de Irán, su peor enemigo, a unos pasos de su frontera). ¿Qué detonó entonces el conflicto? No olvidemos que todo comenzó a principios de 2011 cuando las fuerzas de seguridad de la dictadura arrestaron y torturaron a un grupo de niños por escribir un grafiti antigubernamental en la ciudad de Daara, días después el cadáver de uno de esos niños apareció con huellas de tortura, tenía trece años. Esa vileza sin nombre provocó protestas masivas que el tirano reprimió salvajemente a balazos, matando a varios manifestantes y desapareciendo a otros tantos. Esa fue la gota que derramó el vaso. El pueblo sirio estaba harto de ser sojuzgado por una familia de tiranos sanguinarios y llevaba meses oyendo y leyendo sobre la ola de revueltas populares que en aquellos días estaban sacudiendo a varias tiranías de Medio Oriente y que el mundo terminó bautizando como “La Primavera Árabe”. Las teorías de la conspiración salen sobrando cuando un fenómeno tiene explicaciones tan claras y lógicas.

Por otro lado, pareciera que Occidente quedó tan traumatizado con la desastrosa invasión de Irak que ya es incapaz de defender sus valores más sagrados con convicción en la arena internacional o de enfrentar a monstruos brutales e irredimibles como Assad. Sí, la aventura iraquí fue una catástrofe de la que EEUU y Occidente deben sacar varias lecciones. Pero el aislacionismo pusilánime no es la respuesta, pues puede ser tan desastroso como la arrogancia intervencionista o incluso más. Y es que el resultado de la pasividad occidental frente a Assad ha sido funesto. Y para comprobarlo bastaría con recordar que en los dos primeros años de la guerra civil siria murieron más civiles que en los ocho que duró la ocupación de Irak. Además, esta masacre demencial provocó un éxodo masivo de refugiados que terminó desestabilizando a Europa, fortaleciendo al chovinismo xenófobo y fascistoide a lo largo y ancho del continente, encumbrando a gobiernos antidemocráticos de ultraderecha en Hungría, Polonia y Austria, provocando el divorcio entre Reino Unido y la Unión Europea e incluso ayudando a que un energúmeno fascista ascendiera a la presidencia de EEUU. En un mundo tan conectado e interdependiente, es una ingenuidad irresponsable creer que meter la cabeza en la arena ante un conflicto tan complejo y brutal como la guerra civil siria es una opción viable, y Occidente está pagando un precio altísimo por la miopía cobarde de sus líderes.

Y así, flanqueado por enemigos oportunistas, debilitado por una población ahogada en desinformación y odio masoquista, y guiado por líderes mediocres que reaccionan tibiamente y siete años tarde ante los crímenes de lesa humanidad cometidos por uno de los monstruos más sanguinarios de la historia, Occidente parece caminar como un sonámbulo rumbo al abismo. Seguramente muchos tontitos intoxicados por ideologías antiliberales celebrarían su colapso pensando que entonces podrían construir alguna delirante “utopía”. Pero no tienen idea de lo que nos espera si el suicidio de Occidente se concreta. Ojalá que nunca tengan que averiguarlo…