Ciencia y espiritualidad

Por Adriana Med

Estaba trabajando en un texto cuando empecé a leer El poder del mito de Joseph Cambell, y aunque apenas voy a la mitad, el impacto de esa lectura y las reflexiones provocadas por ella me llevan a la necesidad de reformularlo. Aún hay cosas que no tengo completamente claras sobre muchos temas, y este es uno de ellos. Lo que tengo el atrevimiento de escribir a continuación es solo una visión personal, temporal o no, en base a mis experiencias.

La búsqueda espiritual tal vez sea un instinto, algo esencialmente humano. Puede encontrarse en todas o casi todas las culturas desde tiempos remotos y, al menos en lo que a mí concierne, ha sido una constante. Exploré varias religiones y todas me decepcionaron porque siempre encontraba en ellas algo que no terminaba de encajar, o que no era compatible conmigo ni con mi visión del mundo.

Cuando el año pasado vi un episodio de la nueva serie de Cosmos, con Neil deGrasse Tyson, por primera vez, sentí que había encontrado lo que siempre había buscado: honestidad. Nada de cosas hermosas de dudosa veracidad o clara falsedad para disminuir el peso del dolor del mundo. No era más que materia, materia y más materia, y me di cuenta de que eso era suficiente. Porque la materia no es ninguna minucia. Es algo fascinante. Todo lo que vemos, todo lo que somos y todo lo que amamos está hecho de materia.

En El mundo y sus demonios (un libro que, si pudiera, regalaría con gusto hasta a mi peor enemigo), Carl Sagan plantea que la ciencia no solo no está peleada con la espiritualidad, sino que es una fuente de espiritualidad profunda. Y es cierto: proporciona sentimientos elevados. La ciencia te conecta con cada árbol, con cada estrella, con cada animal terrestre o marino. Y con todos tus antepasados, humanos y no humanos, que a su manera lucharon por sus vidas.

La ciencia también te enseña humildad, te hace consciente de que ni tú ni tu especie ni tu planeta son el centro del universo. Somos un puntito en medio de la inmensidad, un accidente cósmico. Y eso se parece mucho a un milagro. Además, no hay la más mínima evidencia de que exista un paraíso al que puedas ascender ni un infierno al que puedas descender (lo cual también sería una vanidad). Eres solo tú, aquí y ahora, así que no esperes a morir para vivir.

Supongo que todos estamos de acuerdo con Sagan: la espiritualidad y la ciencia son compatibles. Pero si nos preguntamos si la religión y la ciencia son compatibles, nos metemos en un problema más gordo. Es complicado, porque el escepticismo y la autocrítica son características básicas de la ciencia, pero no de la religión. Y aun así, muchos científicos son religiosos. Isaac Newton, considerado por muchos el más grande científico de todos los tiempos, rayaba en el fundamentalismo y le dedicó más tiempo a la religión que a la ciencia. Creo que el detalle está en que sabía separar esas dos facetas de sí mismo. No las combinaba.

Ahora me doy cuenta de que las religiones son historias, e importan. Nos pueden enriquecer, estimular y ayudarnos a encontrarnos a nosotros mismos, pero no hay que tomarlas literalmente ni perder de vista su contexto histórico. Todos los textos sagrados fueron escritos hace miles de años. Los tiempos han cambiado, nosotros hemos cambiado. Actualmente tenemos leyes, derechos humanos, más conocimiento sobre el funcionamiento del mundo y el universo, y conceptos que antes no existían, entre otras cosas.

Joseph Campbell dijo que algunos mitos están destinados a fracasar en el mundo moderno porque identifican al individuo con un grupo local y no con la humanidad entera, además de no saber aplicar sus ideas en la vida actual. Necesitamos un nuevo mito. Uno de acuerdo con la sabiduría de la naturaleza en el que impere la razón y que una a los pueblos en vez de separarlos. Pienso que es posible que el mito del futuro se reconcilie con la ciencia y  hasta se alimente de sus descubrimientos. O que, si todo sale bien, los antiguos mitos evolucionarán y ya no se interpretarán más que metafóricamente, lo que derivaría en una espiritualidad humanitaria y en el cese paulatino del fanatismo.

En todo caso, creo que nada ni nadie debería estar exento de crítica, y eso incluye a las religiones y a la ciencia. Hay que denunciar lo que tengamos que denunciar. Hay que cuestionar lo que tengamos que cuestionar. Y hay que escribir nuevas historias. Más actuales y, no por ello, menos significativas.