Carta de expiación

Por Oscar E. Gastélum:

Hace unos días el historiador Enrique Krauze publicó un editorial en el New York Times en el que, sin asomo aparente de burla, le aconsejó a Peña Nieto pedirle perdón a los mexicanos por ser un ladrón y un gobernante tan incompetente. Me reí tanto con el tono solemne y el humor involuntario del texto que decidí imaginar y redactar la disculpa pública que Peña Nieto tendría que leer ante las cámaras con ese tono anacrónicamente engolado y la torpeza que lo caracterizan. He aquí el resultado.

Queridos compatriotas:

Me dirijo a ustedes para ofrecerles una sentida disculpa. Estoy consciente de la indignación inextinguible que los embarga y por ello decidí seguir el generoso consejo que el premio Nobel Carlos Krauze me dio en las páginas del New York Times hace unos días. Además, la prioridad número uno de mi gobierno siempre ha sido proyectar una imagen falsa en el extranjero y este despliegue de contrición simulada podría ser una excelente oportunidad para retomar esa ruta.

Para empezar, quisiera enfrentar con disculpas extemporáneas e inútiles el tema más delicado e ineludible de todos: mi incuestionable responsabilidad en los hechos de Ayotzinpa.

Perdón por ignorar el sonoro mandato que el sector más desmemoriado del electorado me dio en las urnas. Debí comprender que toda esa gente que se atrevió a votar por mí y mi impresentable partido, sin recibir una tarjeta Soriana a cambio, lo hizo cegada por la desesperación y el hartazgo ante la carnicería desencadenada por la necedad irresponsable y criminal de Felipe Calderón. Reconozco que me negué a escucharlos y que, en lugar de concentrar mi energía en corregir la “estrategia” suicida de mi antecesor, decidí profundizar su desastre y, con la complicidad servil de los mafiosos y lamebotas que poseen y dirigen buena parte de los medios de comunicación nacionales, ordené sepultar, lo más lejos posible de las primeras planas y los encabezados de los noticieros, cualquier nota relacionada con la violencia e inseguridad que agobian al país, todo esto con la esperanza de que la trágica realidad desaparecería como por arte de magia al barrerla bajo el tapete.

Perdón también por desperdiciar tantos recursos y tiempo, que pude haber invertido en prevenir tragedias como la de Ayotzinapa, en firmar “pactos” huecos y efectistas con los capos de la dócil oposición, en aprobar reformas inútiles y contraproducentes y en venderme ante la indiferente prensa extranjera como el “joven” “reformador” que México estaba esperando.

Perdón por haber nombrado al frente de la PGR a un cacique arrogante, malhumorado y pendenciero que tardó diez valiosos días en atraer el caso de los estudiantes desaparecidos,  y por no haberlo despedido después de aquella infame conferencia de prensa en que decidió anunciarle su cansancio al mundo en medio de bromas de pésimo gusto y desplantes de prepotencia.

Perdón también por no haberme parado nunca en Ayotzinapa o Iguala, por tardar más de un mes en recibir a los afligidos padres de los jóvenes desaparecidos y por huir a China en medio de semejante tragedia.

Sé perfectamente que ningún rosario de disculpas hipócritas estaría completo sin mencionar el escándalo de corrupción desatado por la modesta casita que mi trabajadora esposa adquirió gracias a la generosidad de Televisa y al crédito que le otorgó un intachable empresario que se benefició con más de ocho mil millones de pesos en contratos de obra pública durante mi sexenio al frente del  gobierno del Estado de México. Por eso suplico que me perdonen por no estar intelectual o culturalmente capacitado para comprender un concepto tan extraño y complejo como: “conflicto de intereses”. Perdón por pertenecer y seguir tan fielmente el ideario de un partido cuya ideología política podría resumirse en dos hermosas palabras: corrupción e impunidad. Perdón también por haber mandado cobardemente a mi esposa a dar la cara por mí, armada únicamente con falsa indignación, excusas inverosímiles, contratos preparados al vapor y sus paupérrimas dotes histriónicas.

Perdón por atribuir cínicamente la legítima indignación ciudadana a obscuros complots desestabilizadores y por responder con granaderos, provocadores, infiltrados y las mentiras de mis lacayos en la prensa. Hasta alguien con mi coeficiente intelectual es capaz de entender que lo verdaderamente sospechoso e incomprensible es que la ira ciudadana haya estallado hasta ahora y no mucho antes, porque en este país caótico, fracasado, bañado en sangre y saqueado sin piedad, motivos sobran desde hace décadas.

Finalmente, no puedo eludir pedir perdón por haber aceptado posar como “Salvador de México” en una de las portadas más insultantemente ridículas e involuntariamente cómicas de la historia.

Pero por encima de todo lo anterior, quisiera que cada uno de los mexicanos encontrara en su corazón la generosidad suficiente para perdonar el peor de todos mis crímenes: Haber aceptado imprudentemente la inmensa responsabilidad de dirigir a un país con millones de habitantes y problemas tan profundos y complejos como los de México. Mi intelecto y mis conocimientos no dan ni para administrar una miscelánea y apenas me alcanzarían para ganarme la vida rompiendo cráneos como granadero. Lo único que puedo argumentar en mi defensa es que estudios científicos recientes han revelado que uno de los rasgos distintivos de un verdadero imbécil es ser incapaz de darse cuenta de su propia imbecilidad.

Con esto finalizo mi disculpa pública y doy por terminada esta crisis política y social, agradeciendo nuevamente el útil consejo del premio Cervantes Enrique Fuentes. Es hora de unidad y no de desestabilización. Ya no es momento de hablar de Ayotzinapa o Grupo Higa porque venimos a disfrutar y a aceptar pasivamente mi lucrativo Proyecto de Nación. Me despido deseándole a todos una muy Feliz Navidad y un próspero año nuevo, a pesar de la crisis económica y la devaluación en que sumí al país (perdón también por eso).  ¡Que Dios los “bendHiga”!

ATENTAMENTE

Quique.

Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos (Aunque usted no lo crea)

P.D. Perdón por exonerar a Raúl Salinas de Gortari por el delito de enriquecimiento ilícito, pero entre gitanos no nos leemos las cartas y además se lo había prometido a mi admirado padrino Carlos .

 

  • Si usted es víctima de un asalto, secuestro, asesinato u otro crimen violento, marque al 911 para escuchar una sincera disculpa en la hermosa voz del Señor Presidente de la República.