Por Bvlxp:
La caravana de migrantes centroamericanos que rompió la frontera sur la semana pasada ha exhibido una serie de problemas, sobre todo de congruencia, en nuestro país. Con la irrupción centroamericana en nuestro territorio, los mexicanos parecieron de pronto entender a Donald Trump y a la clase obrera estadounidense, preocupándose por los exangües empleos y oportunidades en nuestro país y entregándose al temor de que los ocupe el otro. También los que se jactan de entender y defender los derechos humanos se desgañitaron con la falacia de que si así tratamos a los centroamericanos con qué cara exigimos un trato digno para nuestros (cada vez menos) migrantes. En suma, mucha histeria y mucha hipocresía, así como una gran ingenuidad en pensar que una marcha de estas proporciones se organiza de la nada, sin ninguna mano de oscuros intereses que la animen y se sirvan de ella.
Pero, veamos: ¿cuál fue el trato supuestamente infamante que dimos a nuestros hermanos centroamericanos? La plañidera se dio porque la Policía Federal cerró el puente fronterizo que une a México con Guatemala y por el embate con gases lacrimógenos ante la turba que rompió el cerco para introducirse ilegalmente a nuestro país. No pasó a más. Ni un muerto, ni un herido de consideración, muchas lágrimas de indignación en las redes sociales y algunas dramáticas placas en primera plana mostrando a personas aventándose del puente al río o emergiendo de él con un niño en brazos para burlar el cerco policiaco. Invitamos a imaginar lo que pasaría si la llamada caravana migrante intentara entrar a territorio estadounidense con el mismo despliegue de fuerza. ¿Por qué aquí sí y allá no? Es una reflexión que vale la pena hacer.
Histérica como es, la progresía se sorprendió de los supuestos trumpianos que viven por debajo del tejido social ante las expresiones de algunos clamando por proteger a los empleos mexicanos y dárselos a nuestros de otro modo invisibles hermanos indígenas en desgracia. Para construir el dichoso Tren Maya o lo que sea. Mucha advertencia de que un Bolsonaro en cada tuit de rechazo a la caravana migrante te dio. ¿Qué pasó en realidad? Pues que la caravana migrante avanza por nuestro país con total calma, azotada sólo por las inclemencias del tiempo, que hay gente que reparte de su propia bolsa agua y comida, pueblos que hasta mariachi llevan para aligerar el alma compungida ante el difícil trance que viven los migrantes en caravana. Curiosa idea del trumpismo de nuestra progresía.
Especialmente ridículo resulta el argumento de que México carece desde ya de autoridad moral para reclamar el trato que Estados Unidos da a los migrantes mexicanos. Curiosa concepción de los derechos humanos, que son personalísimos e indivisibles, y de la responsabilidad de cualquier Estado de velar por el bien de sus nacionales. Curioso también sentido de la proporción y del contexto. Ya saben, que la Policía Federal salvaguarde la frontera en vez de declararla formalmente extinta como si esto fuera la Unión Europea, es tan grave como el muro, las cámaras, los perros, los balazos, el desierto, las deportaciones masivas, los niños enjaulados, las familias separadas, todos los acechantes Joe Arpaio.
Inconmensurablemente ridículo asimismo recordar con la nostalgia por lo extinto el refugio que México ofreció a los que huían de la Guerra Civil Española. Nos encanta comparar peras con manzanas para ganar unos cuantos empáticos likes. México no ha dejado de ser refugio de diversas égidas sin mayor escándalo y ofreciendo refugio y empleo a muchos latinoamericanos que llegan huyendo de sus infiernos. Argentinos y venezolanos y tantos otros han encontrado en México otra patria, si bien no serena porque para nadie lo es, sí llevadera y acogedora sin tener que soportar más que un par de malos chistes sobre los meseros de la Condesa. En realidad, es enorme la cantidad de trabajos bien pagados y de alto nivel que terminan en manos centro y sudamericanos sin que nadie se ponga la botarga trumpiana y sin que a nadie parezca preocuparle mucho. La Ciudad de México y otras tantas en nuestro país se han convertido en ricos caldos de acentos y modismos sin que haya por ahí un exabrupto masivo invitando al sudaca a regresarse a su país. Ya sabemos, la agenda progre vive del escándalo y de nociones morales artificiales. Uno de sus pilares es convencernos de que este es un país sumamente racista y ahora hasta xenófobo. Que sea para menos, oigan.
El episodio que estamos viviendo con la caravana migrante en estos días no es otra cosa que participar de una realidad que sucede en diferentes puntos del mundo: como seres humanos compartimos el impulso común de mejorar nuestra situación y ver por los nuestros. El panorama es desolador en muchos países y tenemos miles y miles de personas orilladas a la migración forzada, desesperadas por abrirse un camino hacia el futuro. Como todos los países soberanos, México tiene una responsabilidad en cuidar sus fronteras y de hecho lo hace bastante al ahí se va. Una política migratoria firme que atienda el interés nacional no excluye que sea respetuosa de los derechos humanos y que al mismo tiempo sea compasiva con aquellos que vienen huyendo del horror, honrando una de las mejores tradiciones mexicanas. Para poder ofrecer refugio debe de haber orden. La solidaridad nunca puede forzarse; el atropello y el uso de la fuerza generan reacciones contrarias y las pasiones más bajas. A nadie le gusta que otro abuse de la hospitalidad de su casa o que se fuerce la caridad y la empatía. Este principio básico debe seguirse al idear la mejor manera de reformar la seguridad de nuestras fronteras y nuestra política migratoria.