Por Oscar E. Gastélum:

“Those who attain any excellence, commonly spend life in one pursuit; for excellence is not often gained upon easier terms.”

Samuel Johnson

Entre las numerosas e inspiradoras historias de éxito que nos dejaron los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, sin duda una de las más importantes fue el éxito rotundo alcanzado por la delegación de Gran Bretaña. Pues fue una auténtica y conmovedora proeza que esa hermosa y lluviosa isla, un poco más pequeña que el estado de Chihuahua y con menos de setenta millones de habitantes, haya logrado superar en el medallero a la monstruosa China, con sus mil doscientos millones de súbditos y su descomunal economía, quedando solamente por debajo de EEUU, ese coloso insuperable que es la nación más poderosa de la historia olímpica y universal.

Pero, obviamente, el extraordinario éxito británico no es producto del azar, sino de un ambicioso programa diseñado durante el gobierno del ex Primer Ministro John Major y echado a andar meses después de que Gran Bretaña ocupara un imperdonable trigésimo sexto lugar en el medallero de Atlanta 96 ganando una sola medalla de oro, ocho de plata y seis de bronce. Nótese que un resultado que para México habría sido un “triunfo” histórico, para Gran Bretaña significó una crisis que los preocupó y motivó a actuar.

La clave de su éxito radicó en que desde el principio el programa estuvo orientado a apoyar los deportes en los que los atletas británicos tenían más posibilidades de obtener medallas y a desarrollar talentos para otras disciplinas sin tanta tradición ganadora. Para ello, se inyectó una cantidad de recursos sin precedentes en el torrente sanguíneo del deporte británico, usando a la Lotería Nacional para financiar el proyecto. Antes de los Juegos Olímpicos de Atlanta, Gran Bretaña invertía anualmente alrededor de cinco millones de libras esterlinas en su deporte. En cambio, para el ciclo de cuatro años que separó Londres 2012 de Río 2016, UK Sport invirtió más de 274 millones de libras (más otros 73 millones para sus atletas paralímpicos). Una diferencia abismal cuyos resultados están a la vista.

Sí, el político conservador Sir John Major fue el gran visionario que echó a andar el proyecto, pero vale la pena recordar que todos y cada uno de los gobiernos que vinieron después lo apoyaron y fortalecieron: el laborista Tony Blair mantuvo la inversión y obtuvo la sede de los Juegos Olímpicos de 2012 para Londres, Gordon Brown logró incrementar drásticamente los recursos económicos en 2006, el gobierno de la coalición Tory-Libdem aseguró la extensión del programa para los Juegos de Río, y ahora otro gobierno conservador volvió a renovarlo, asegurándose de que Gran Bretaña siga siendo una potencia deportiva en Tokio 2020.

Quizá a algunos les parecerá una frivolidad invertir tanto dinero en apoyar el deporte, pero considero que esa opinión es producto de un puritanismo miope. Pues el deporte es la vía más civilizada que la humanidad ha diseñado para sublimar nuestros impulsos más primitivos de una manera sana y honorable, y sería una estupidez subestimar los efectos positivos que las victorias deportivas tienen sobre la psique y el amor propio de una nación, y sobre su imagen ante el mundo. Los propios británicos estaban sumidos en una profunda crisis social y de identidad provocada por Brexit, y estas dos semanas de gloria olímpica sirvieron como un bálsamo que empezó a curar algunas de las heridas que dejó el referéndum. Además, es imposible minimizar la cohesión e integración social que produce el éxito de atletas como Mo Farah entre las comunidades inmigrantes.

Por todo esto y muchas razones más, el modelo británico debería de ser un ejemplo a seguir para el resto del mundo y muy especialmente para México. Pues una nación tan grande y obscenamente rica no debería conformarse con cinco tristes medallas cada cuatro años, sino que tendría que aspirar a desarrollar el verdadero potencial del deporte nacional, ya que este podría servir de inspiración y punto de partida para lograr una transformación más profunda. Y que quede claro que al decir esto no pretendo minimizar los logros de los excepcionales atletas mexicanos que al ganar una medalla, del metal que sea, no sólo logran imponerse a sus poderosos rivales internacionales sino a los arraigados vicios de las mafias políticas y deportivas que los explotan y limitan, y a la pesada inercia perdedora del país al que representan.

Pero para que un proyecto como el británico funcionara en México, lo primero que tendríamos que hacer sería extirpar de tajo el peor de nuestros cánceres: la corrupción que todo lo contamina y todo lo corroe. De otra manera los recursos irían a parar al bolsillo de los gánsteres y ladrones de siempre, esos que han estancado a México en la mediocridad y la ignominia no sólo en lo deportivo sino en casi todos los planos. Además, la CONADE tendría que ser dirigida por un experto en la materia y no por cualquier arribista o compadre del presidente en turno en busca de reflectores y un hueso qué roer. Desgraciadamente, la realidad nacional no da para entusiasmarse o esperanzarse. Pues en pleno siglo XXI y tras una transición democrática que no cumplió con las enormes expectativas que despertó, el país sigue siendo gobernado y expoliado por una pandilla de mafiosos voraces e intocables, encabezados por un ladronzuelo analfabeta que es incapaz de dar un paso sin robarse algo o hacer una trampa.

Y es que no hay abismo más profundo que el que separa a un atleta de élite de nuestra clase política. El primero es la encarnación del éxito alcanzado a través del talento y la disciplina, y representa el mérito y la excelencia en su máxima expresión. Mientras que los segundos personifican el oportunismo sin escrúpulos y la podredumbre moral generada por la corrupción y la impunidad. Mo Farah, Michael Phelps y María del Rosario Espinoza llegaron a donde llegaron porque desarrollaron su potencial a través de años de esfuerzo y sacrificios. En cambio, Peña Nieto llegó a la presidencia del país adulando y encubriendo a sus padrinos, haciendo negocios con recursos públicos y plagiando su tesis. Empezar a invertir cuidadosa y sabiamente en el deporte significaría privilegiar y fomentar el primer camino al éxito y podría ser un primer paso para cancelar para siempre el segundo.