Belisario Domínguez: El poder de la palabra

Por Alejandro Rosas:

“El mundo está pendiente de vosotros, señores miembros del Congreso Nacional Mexicano, y la patria espera que la honraréis ante el mundo evitándole la vergüenza de tener por Primer Mandatario a un traidor y asesino”. Así concluyó su discurso el senador Belisario Domínguez; fueron las últimas palabras que redactó con la intención de leerlo en tribuna el 23 de septiembre de 1913.

Un discurso lapidario contra el régimen usurpador de Victoriano Huerta; un discurso en el que lo acusó de tratar de pacificar el país, empleando “únicamente la muerte y exterminio para todos los hombres, familias y pueblos que no simpaticen con su gobierno”; un discurso que, sin saberlo, sería también su sentencia de muerte.

Quince días después, poco antes de la media noche del 7 de octubre de 1913, dos hombres se presentaron en la habitación 16, del segundo piso del Hotel Jardín donde se encontraba hospedado Belisario Domínguez. Eran los matones de Victoriano Huerta que iban por él.

El senador sabía que sus horas estaban contadas. El discurso que no le permitieron leer en tribuna, pero que fue imprimido en la clandestinidad y llegó hasta las manos del dictador, señaló el camino hacia el panteón de Xoco, en Coyoacán, donde ya esperaba una fosa para el senador de la República.

Belisario sabía el desenlace que le esperaba. No había sorpresa alguna. Una semana antes, el 29 de septiembre, luego de redactar su segundo discurso, tan inciendiario como el primero, escribió una pequeña nota que le hizo llegar a su amigo Jesús Fernández:

“Sé que mi vida está en peligro y como los asesinatos del gobierno están a la orden del día, todo puede esperarse. Le suplico que me haga usted favor de entregar a Ricardo el pliego adjunto que contiene mis úlitmas disposiciones. Se lo entregará usted hasta pasado mañana miércoles, a medio dia. Si llegada esa hora no ha habido novedad, iré a buscarlo para que tenga usted la bondad de devolvérmelo”.

Antes de salir del hotel, el senador se dirigió al velador para pedirle que le avisara a su hijo Ricardo, por la mañana, cuando fuera a buscarlo, que se había ido con la “reservada” –término eufemístico para referirse a la policía secreta de Huerta-. El velador asintió. Medió el más absoluto silencio y los esbirros de Huerta apresuraron el paso; subieron al senador al automóvil que los esperaba, avanzaron en dirección hacia el sur de la ciudad y se perdieron en la oscuridad de la noche.

Persecusión (1913)

Las circunstancias llevaron a Belisario Domínguez a ocupar una curul en el senado en el momento más crítico de 1913. En los días en que Huerta perpetraba el golpe de estado contra el régimen de Madero, falleció Leopoldo Gout, senador propietario por Chiapas. En su carácter de suplente, Belisario Dóminguez fue llamado a la ciudad de México. El médico se presentó en México en el mes de marzo, unas semanas después de los asesinatos de Madero y Pino Suárez.

De inmediato, el senador asumió la defensa de la legalidad. Acudía a las sesiones, participaba en las reuniones políticas, se informaba de los entretelones de la política. Pronto llamó la atención de sus compañeros en el senado, cuya mayoría si no estaba con el régimen huertista, cuando menos pecaba de omisión.

Durante una reunión del senado con el secretario de Relaciones Exteriores, Francisco León de la Barra, el ministro explicó las razones por las cuales Estados Unidos se había negado a otorgar su reconocimiento de gobierno a Huerta. A Belisario le parecía ociosa toda explicación y expresó abiertamente: “¿Cómo podría Estados Unidos reconocer al gobierno que se ha manchado con la sangredel presidente Madero y del vicepresidente Pino Suárez?”.

En los siguientes meses, la persecusión, represión y desaparición de opositores fue sistematizada por el nuevo régimen. Al finalizar el régimen –julio de 1914-, las cuentas serían escalofriantes, entre marzo y octubre de 1913, desaparecieron más de ciento veinte opositores.

El 16 de septiembre de 1913, al iniciar sus sesiones el Congreso, Victoriano Huerta presentó su informe a la nación. Un discurso lleno de mentiras, en el que afirmó tener al país casi pacificado y en calma; palabras con dosis de cininismo, agravado aún más porque fue aplaudido por gran parte de los legisladores.

El diputado Jorge Delorme y Campos, respondió el informe diciendo que las palabras de Huerta “reconfortaban” por lo cual, “le daba las gracias pronosticándole que nadie le podrá negar ‘el merecimiento altísimo’ de haber hecho cuanto de su parte está para lograr la paz”.

Para Belisario Domínguez, las palabras de Huerta fueron un insulto a la inteligencia. La gota que derramó el vaso. En los siguientes días preparó un escrito para leerlo en el Senado, el cual presentó el 23 de septiembre de 1913. Pero la Mesa Directiva, decidió no darle curso; no por miedo, no por sumisión, no por complicidad, el argumento era que “las acusaciones contra el Ejecutivo” no eran competencia del Senado por lo cual debía llevarlo a la Cámara de Diputados.

Desconcertado, Belisario Domínguez no se resignó y buscó la forma de reproducirlo y hacerlo llegar a la ciudadanía, costara lo que costara, logró imprimirlo clandestinamente y así lo distribuyó.

El poder de las palabras

Belisario Domínguez no dijo que nada que no supiera toda la clase política. No dijo nada que no compartieran muchos de sus compañeros –algunos también habían pagado con la vida su crítica-. La diferencia es que se atrevió a externarlo cuando la mayoría callaba. Hizo pública su denuncia, compartió con la sociedad sus acusaciones, señaló como único responsable del caos en que se encontraba el país a Victoriano Huerta.

“La verdad es esta –escribió en el discurso-. Durante el gobierno de don Victoriano Huerta no solamente no se ha hecho nada en bien de la pacificación del país; sino que la situación actual de la Repúbica es infinitamente peor que antes: la revolución se ha extendido en casi todos los Estados; muchas naciones, antes buenas amigas de México, rehúsanse a reconocer su gobierno por ilegal, nuestra moneda encuentrase depreciada en el extranjero; nuestro crédito en agonía; la prensa entera de la república amordazada o cobardemente vendida al gobierno y ocultando sistemáticamente la verdad; nuestros campos abandonados; muchos pueblos arrasados y por último el hambre y la miseria en todas su formas amenazan extenderse rápidamente en toda la superficia de nuestra infortunada Patria”.

Para el senador, el país marchaba hacia la ruina; con una revolución en el norte; con la posibilidad de provocar un conflicto con Estados Unidos, con la violación sistemática de la soberanía de los estados, imponiendo gobernadores militares “que se encargarán de burlar a los pueblos por medio de farsas ridículas y criminales”; con la pérdida de recursos, pero sobre todo con la muerte de miles de mexicanos por culpa del usurpador.

“¿A quién pretende engañar Huerta?”, se preguntaba, luego de escuchar su informe de gobierno del 16 de septiembre; “se pretende engañar a la nación mexiana”. A su juicio, Huerta era la representación de lo más abyecto de la política: había asesinado a Madero a quien “juró públicamente lealtad y fidelidad inquebrantable”; estaba “manchado con el estigma de la traición”, era un “soldado sanguinario y feroz que asesina sin vacilación ni escrúpulo”.

Para Belisario Domínguez sólo había una opción: “Sin embargo, señores, un supremo esfuerzo puede salvarlo todo. Cumpla con su deber la representación nacional y la patria está salvada y volvera a florecer más grande más unida y más hermosa que nunca. La representación nacional debe deponer de la presidencia de la República a don Victoriano Huerta”.

En su segundo discurso -29 de septiembre de 1913-; el senador fue más lejos; no sólo insistió en la deposición de Huerta, sino además se ofreció a encabezar una comisión para presentarse ante él, y pedirle que firmara la renuncia. Era una propuesta, que por mucho, rebasaba la realidad.

“He aquí mi plan –expresó el senador-. Me presentaré a don Victoriano Huerta con la solicitud firmada por todos los senadores y además con un ejemplar de este discurso y otro del que tuve la honra de presentar al señor presidente del senado en la sesión del 23 del presente. Al leer esos documentos, lo más probable, es que llegando a la mitad de la lectura pierda la paciencia y sea acometido por un arrebato de ira, matándome enseguida. En ese caso nuestro tiunfo es seguro, porque los papeles quedarían ahí y después de haberme muerto no podría resistir a la curiosidad, seguirá leyendo, y cuando acabe de leer, horrorizado de su crimen, se matará él también y la patria se salvará”.

Las palabras de Belisario Domínguez resonaron hasta los salones de Palacio Nacional donde se encontraba Victoriano Huerta. El presidente no tardó en tomar la decisión de acabar con la vida del senador, pero se tomó su tiempo; entre el primer discurso y la noche de su asesinato, transcurrieron 15 días. Don Belisario fue ultimado la noche del 7 de octubre de 1913, en el panteó de Xoco. Se dice que le cortaron la lengua, pero es una versión que no ha sido comprobada.

Una muerte más no le quitó el sueño a Huerta, pero la efervescencia desatada por el discurso de Belisario Domínguez entre los diputados y senadores llevó al presidente a una determinación que marcó el rumbo de su gobierno. Tres días después del asesinato del senador, el 10 de octubre, Huerta disolvió la Cámara de diputados y encarceló a los miembros de la XXVI legislatura en Lecumberri. El Senado prefirió desintegrarse antes de sufrir una humillación similar. Con esta acción, Huerta se erigió como dictador pero al mismo tiempo, marcó el camino para su caída en 1914.