Por Bvlxp:
Hace no mucho vivíamos en mundo en el que los Estados de Alabama, Florida, Idaho, Kansas, Luisiana, Michigan, Mississippi, Missouri, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Texas, Utah y Virginia de una de las democracias más avanzadas, prohibían la sodomía, es decir, tenían leyes vigentes que castigaban los actos sexuales consensuales entre personas adultas del mismo sexo y, en algunas interpretaciones, incluso ciertos actos sexuales consensuales entre personas casadas, lo cual en aquellos tiempos quería decir necesariamente entre un hombre y una mujer. Otra forma de ponerlo: se castigaban todos los actos sexuales que fueran ejecutados de manera tal que fuera imposible la concepción, o sea, los más padres de todos. Estas leyes fueron objeto de diversas impugnaciones y la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos, en una de sus decisiones más infames, las declaró constitucionales en Bowers v. Hardwick, 478 U.S. 186 (1986) al determinar que la privacidad sexual no estaba protegida bajo la Constitución Federal. No fue sino hasta el año 2003, sí ¡2003!, cuando la Corte reconsideró y abandonó Bowers en Lawrence v. Texas, 539 U.S. 558 (2003).
Corría el año de 1998 cuando la noche del 17 de septiembre, John Lawrence, un técnico médico de 55 años, invitó a Tyron Garner, de 31 años de edad, y a Robert Eubanks, de 40, a su departamento en las afueras de Houston. Los tres empezaron a beber y el plan era que Garner y Eubanks se quedaran a dormir y que fuera lo que Dios quisiera o, según la Iglesia Católica, lo que Dios no quisiera. Lawrence y Eubanks habían sido amigos y un poco más durante los últimos 20 años. Cuando el alcohol y su lubricidad empezaron a hacer lo suyo, Eubanks llegó a la siempre dolorosa conclusión de que la cosa esa noche iba entre Lawrence y Garner y que él tendría que pasar la noche tapándose los oídos. Ebrio de celos y de todo lo demás, Eubanks fue a comprar el agua mineral que hacía falta para seguir bebiendo y, en un desplante de los siempre patéticos celos, seguramente imaginando lo que pasaba en su ausencia, decidió llamar a la policía con un reporte falso: había un hombre armado y fuera de control dentro del departamento de Lawrence. Cuando la policía del Condado de Harris respondió al reporte, lo único que encontró fue el pistolón de Lawrence (o de Garner, no sabemos a ciencia cierta), siendo usado en maneras que hicieron sonrojar al Código Penal del Estado de Texas.
Lawrence y Garner fueron arrestados esa noche y acusados de estar involucrados en “conducta sexual desviada con otro individuo del mismo sexo”. Lawrence y Garner fueron encontrados culpables y sentenciados a pagar una multa de $125 dólares cada uno. Después de apelar dicha sentencia y que el caso siguiera el circuito judicial hasta llegar a la Suprema Corte, ésta encontró, en una votación 6-3, que la “Ley Anti-Sodomía” del Estado de Texas infringía las garantías de debido proceso y de igualdad ante la ley de Lawrence y de Garner, y reconoció la protección de la libertad sexual y privacidad de los homosexuales.
El idilio de Lawrence, Garner y el mal perdedor chilletas de Eubanks nos sirve de contexto para pensar en el mundo en el que vivíamos hasta hace no mucho y el mundo que hemos ido construyendo a pasos agigantados en estos años: hace unos días, el presidente Peña Nieto presentó una iniciativa para reconocer el matrimonio igualitario a nivel constitucional y en el Código Civil Federal, algo que era impensable para un mandatario de extracción priísta. La muesca presidencial ha sido minimizada por una porción significativa e hipócrita de la izquierda mexicana, en especial por Andrés Manuel López Obrador, el político más conservador de México, y por sus seguidores que nunca han acogido y, cuando tuvieron la responsabilidad de gobernar dizque para todos, hicieron todo a su alcance por bloquear el avance de esta agenda igualitaria y de la decencia.
Aunque los malpensados de siempre la minimicen y la vean como un ardid político del presidente y a pesar algunos estudiosos del Derecho de extracción izquierdista ahora salgan con el extraño argumento de que no todos los derechos deben ser constitucionalizados y que por ende la iniciativa presidencial sobra y es sospechosa, no es poca cosa que México esté en los umbrales de reconocer plenamente que todos los humanos somos igualmente dignos y que, en consecuencia, todos tenemos derecho a que nuestro amor sea reconocido, sea protegido, sea tratado como uno solo y genere los mismos derechos y las mismas responsabilidades. En un México tan lleno de sombras, nunca está de más irle abriendo paso a la luz y que ésta nos alumbre por igual porque todos sabemos que nada nos ilumina como sociedad y como individuos tanto como la fuerza del amor.