Amar con los dientes

Por Adriana Med:

Hay un mito persa sobre los primeros padres del mundo. Primero eran una planta, luego se separaron en dos y procrearon hijos. Y los amaron mucho. De hecho, los amaron tanto que se los comieron. Literalmente. Dios tuvo que hacer algo al respecto: decidió reducir el amor paterno y materno en un 98.9% para que la historia no se repitiera. Si alguna vez se han preguntado qué pasaría si amáramos demasiado a alguien, ahí tienen la respuesta. A pesar de que según la leyenda este amor se redujo, posiblemente no hay amor más grande que el de los padres a los hijos. Un amor que es difícil de controlar y a veces lleva a la sobreprotección, a la incapacidad para dejarlos ir cuando crecen.

Los amantes de Rodolfo Wilcock deciden no levantarse más de la cama. Se aman locamente y no pueden alejarse el uno del otro, ni siquiera para contestar el teléfono. La primera semana se alimentan de provisiones y, una vez que estas se acaban, se comen entre ellos anestesiados por el deseo. No son lindos de ver pero “su amor está más allá de las convenciones”. He pensado que todo erotismo tiene algo de eso. Por supuesto que no somos caníbales sangrientos pero hacemos algo que se le parece: amamos con la boca, con la lengua y con los dientes. “Nos comemos” a besos.

En Where the Wild Things Are de Maurice Sendak, la mamá de Max, el niño protagonista, lo manda a la cama sin cenar por haber hecho toda clase de travesuras y gritarle que se la iba a comer. Esa noche las paredes de su habitación se convirtieron en el mundo entero y navegó en el océano por semanas hasta llegar  donde viven los monstruos. No se sintió intimidado por ellos. Por el contrario, ellos se asustaron porque los miró a los ojos fijamente sin pestañear ni una sola vez.  Fue nombrado el rey de todos los monstruos por ello. Hicieron una fiesta y se divirtieron mucho, pero de pronto Max se sintió muy solo y extrañó el amor y la comida de su mamá. Cuando Max se despide de los monstruos para volver a casa, ellos exclaman la célebre frase: “¡Por favor no te vayas, te comeremos, te queremos tanto!”. En la adaptación cinematográfica a cargo de Spike Jonze se hace especial hincapié en esto de comer. Max se da cuenta de que los monstruos se comen a quienes quieren, y descubre que se comieron a los reyes anteriores. En determinado momento de la película, KW, un monstruo femenino, introduce a Max en su estómago sin lastimarlo para protegerlo de Carol, otro monstruo que quería comérselo. Una vez pasado el peligro sale ileso de su boca (eso sí, un poco babeado).

Pero amar con los dientes no se reduce a comer personas. A veces yo quisiera comer poemas, paisajes y canciones. Saborearlos como si fueran una paleta de hielo o un plato de sopa. Los niños, por ejemplo, quieren comerse todo lo que les gusta. No les importa si es comida, plastilina o un control remoto. El autor del libro antes mencionado acostumbraba responder su correo personalmente. En una ocasión recibió una carta de un niño que le pareció especialmente encantadora. En agradecimiento le mandó un dibujo. Días después la madre del niño le escribió  para decirle que a su hijo le había gustado tanto su dibujo que se lo había comido. Esto significo para Maurice Sendak el mejor cumplido que recibió en su vida. “No le importó que fuera un dibujo original ni nada. Lo vio, lo amó y se lo comió”.

Me encanta esa anécdota. Desde que la conozco tengo muy claro a dónde quiero llegar con todo esto de darle alma a un montón de palabras acomodadas a mi antojo: quiero escribir algo que me guste tanto como para comérmelo.