Aluxes, mentiras y fideicomisos

Por Óscar E. Gastélum:

“We have now sunk to a depth at which the restatement of the obvious is the first duty of intelligent men.”

—George Orwell

Todavía faltan más de cuatro meses para que Andrés Manuel López Obrador tome posesión como presidente de México, pero la frenética actividad del demagogo y sus colaboradores, y los múltiples escándalos que han estallado a su alrededor en las últimas semanas, nos permiten atisbar el tipo de gobierno que encabezará. Por lo pronto ya podemos ir haciéndonos a la idea de que padeceremos un régimen autoritario, mendaz, grotescamente banal e irracional, en el que las ocurrencias del líder tendrán preeminencia sobre las opiniones y los planes de los pocos expertos que lo rodean, en el que jamás se reconocerán los inevitables errores, y posibles crímenes, que se cometan y en el que los críticos y las instituciones autónomas que no se sometan a la voluntad del Caudillo serán intimidados por hordas de fanáticos en las redes sociales y por el propio demagogo, que esta misma semana le advirtió a la “prensa fifí” que él nunca olvida.

Pues en las semanas transcurridas desde su apocalíptico triunfo, descubrimos que Juan Trump se enorgullece de las múltiples semejanzas que lo hermanan con Donald y que tratará a su gemelo naranja con el mismo abyecto servilismo que caracterizó a Videgaray. Confirmamos que la amnistía siempre sí incluirá a capos del narcotráfico, y que la disparatada y onerosa reubicación de varias secretarías va tan en serio como la precarización del Estado a través del despido masivo de burócratas y de la fuga masiva de los más talentosos y preparados (una maniobra que, además, apesta a purga). Por si esto fuera poco, nos enteramos de que la ciencia caerá en manos de una versión femenina y jipi de Lysenko, una mujer que cree que el maíz tiene alma (o “chulel”, “como dicen los tzeltales”), que los transgénicos producen autismo, que existe una ciencia milenaria campesina, que la llegada del hombre a la Luna fue un logro inútil, entre muchos otros disparates que serían risibles si no habitáramos en un país hundido en el atraso y urgido de verdadera ciencia y tecnología. Quizá algunos consideren una nimiedad irrelevante y hasta chusca que la futura titular de la Semarnat crea en duendecillos que dejan sus manitas marcadas por doquier y que “no son buenos ni malos”, pero sus delirios no son una isla de demencia en un mar de cordura sino una muestra muy representativa de la psique colectiva de una secta caracterizada por su alucinante fanatismo y un acendrado antiintelectualismo.

Pero la joya de la corona de esta accidentada transición resultó el escándalo que emanó del fideicomiso para damnificados creado por el demagogo y administrado por un puñado de notables de su secta, y que expuso, en toda su miseria, los peores vicios del lopezobradorismo triunfante. Y es imposible purificar semejante cloaca a base de mentiras y victimismo. Pues no hay manera de hacer pasar por “privado” un instrumento anunciado y promocionado por el líder absoluto de Morena, operado por militantes y dirigentes de Morena y que comparte domicilio con la sede de ese partido. Y el hecho de que el demagogo y sus secuaces quieran convencernos de lo contrario en un escupitajo en la cara, ¿qué tan imbéciles creen que somos? Tampoco existe una explicación inocente y capaz de justificar los carruseles de depósitos en efectivo ejecutados cínicamente por un puñado de misteriosos individuos y que quedaron registrados para la posteridad por las cámaras de las sucursales bancarias. Una estrategia, por cierto, que el crimen organizado suele utilizar para lavar dinero. ¿De dónde salieron esos recursos? ¿Por qué fueron aceptados por el fideicomiso si las reglas del mismo prohibían los depósitos en efectivo?

Previsiblemente, el demagogo enfrentó la tormenta de la única manera en la que sabe reaccionar ante una crisis: declarándose la inocente víctima de un siniestro complot, y tronando en tono amenazante en contra de la institución autónoma que lo investigó y castigó, y de los medios que reportaron imparcialmente la información emitida por la misma. Confieso que me parece deliciosamente irónico que el INE cuente con tantas facultades de fiscalización, y sea capaz de investigar y sancionar a los partidos, gracias en parte a los berrinches que hizo el propio demagogo en elecciones pasadas. Y hablando de elecciones pasadas, ¿quién nos iba a decir que López Obrador y su secta terminarían  protagonizando un escándalo de financiamiento paralelo tan parecido al Pemexgate, los Amigos de Fox y Monex? Cosas veredes, Mío Cid.

Pero la atrabiliaria y torpe reacción de Morena y su líder no se quedó en amenazas rabiosas, y casi de inmediato apareció un video en el que supuestos damnificados le agradecían al “licenciado Obrador por el apoyo” (una estrategia para justificar lo injustificable que puso de moda Layda Sansores hace unas semanas), y unos días después los integrantes del comité del Fideicomiso aparecieron frente a las cámaras con 150 cajas que, según ellos, contenían los comprobantes que demostraban que el dinero recaudado fue entregado a un grupo de damnificados. Algunos fans del demagogo brincaron de alegría sin darse cuenta de que, en su desesperación por demostrar que el dinero no se desvió para las campañas, Morena acababa de reconocer públicamente y aportando kilos y kilos de evidencia, que anduvo regalando dinero en plena contienda electoral, lo cual está prohibido pues equivale a comprar votos. Y si van a volver a salir con el insultante cuento de que el dinero lo repartió un fideicomiso privado que nada tiene que ver con Morena y por lo tanto no hubo proselitismo, quisiera que me explicaran por qué los damnificados le agradecen tan efusivamente al “Licenciado Obrador” en el video que presentaron.

Pero lo que más me indignó y perturbó de este escándalo fue volver a confirmar la facilidad con la que el demagogo tabasqueño emite mentiras a mansalva y sin pudor alguno. Durante la campaña afirmó en varias ocasiones, incluso lo hizo en uno de los debates, que Morena había donado la mitad de sus prerrogativas al fideicomiso, cuando él sabía perfectamente bien que eso no era verdad. Y ahora ha salido a decir exactamente lo contrario, que no se donó ni un centavo de dinero público, sin explicar por qué demonios mintió de esa manera y muchísimo menos pedir una disculpa por haberlo hecho. ¿Soy el único al que le parece nauseabundo que un politicastro haya tratado de obtener votos explotando la desgracia de los damnificados y presumiendo donaciones falsas? Otra ironía del destino: esa mentira de López Obrador provocó la denuncia del PRI y la investigación del INE que destapó la cloaca.

Pero Obrador no sólo es un mentiroso empedernido, además es torpe y descarado. Basta con repasar la pegajosa red de falsedades (algunas muy antiguas) en la que quedó enmarañado gracias a este escándalo para demostrar lo que digo:

  • Es de que Morena donó la mitad de sus prerrogativas.
  • Es de que Morena no donó ni un centavo de dinero público.
  • Es de que soy un indigente sin dinero ni propiedades.
  • Es de que doné 500,000 pesos de mi bolsillo.
  • Es de que ese dinero es de regalías porque vendo más libros que J.K. Rowling.
  • Es de que mi esposa hizo el depósito.

Con un mitómano de ese calibre resulta casi imposible separar la realidad de la ficción. Pero el descuido con el que miente no es fortuito, los nuevos autócratas de la postverdad, de Trump a Putin pasando por Erdogan o Maduro, mienten cínicamente, pues no usan la mentira como un ser humano normal, no quieren engañar sino confundir e implantar la convicción de que la verdad objetiva no existe. Doblegan la realidad hasta ajustarla a sus caprichos como una muestra de poder. Además, la mentira desvergonzada sirve para poner a prueba la incondicionalidad de sus lacayos y para fortalecer la fe ciega de sus feligreses. En este caso ambos objetivos se cumplieron cabalmente. Los fanáticos saltaron automáticamente a defender a su redentor. Mientras que los voceros y propagandistas del demagogo volvieron a demostrar que son muy disciplinados e implacablemente mendaces, y se apresuraron a ofuscar el caso con falsedades y medias verdades, e incluso recurrieron al viejo truco priista: alegar que todo el pestilente cochinero fue “legal” (el mismo argumento utilizado por los protagonistas de otros escándalos infames: de los Amigos de Fox a Monex, pasando por la Casa Blanca). Y así, el mito de los intelectuales que suspendieron sus facultades críticas momentáneamente durante la campaña para retomarlas tras el triunfo de su Caudillo quedó hecho añicos.

Pero lo más triste de todo este asunto fue volver a ver a ciudadanos de a pie, esos que no ganan nada al defender lo indefendible, justificando y protegiendo al demagogo y a su flamante PRI en esteroides, en un lastimoso despliegue de tribalismo que, si se vuelve costumbre, le hará un daño irreparable a este país. Dejando a un lado las mentiras y excusas de Obrador y sus propagandistas, esto es lo que sabemos sin asomo de duda sobre el fideicomiso: El demagogo le mintió a los electores en más de una ocasión al afirmar que Morena había donado la mitad de sus prerrogativas. El fideicomiso recibió millones de pesos en efectivo, cuyo origen es imposible de rastrear. Muchos de esos depósitos se realizaron a través de carruseles, una estrategia típica del crimen organizado. Morena repartió millones de pesos en plena campaña electoral violando la ley. Tanto Obrador como sus lacayos creen que somos lo suficientemente estúpidos como para tragarnos el cuento de que el fideicomiso no tiene nada que ver con el partido. Al verse descubierto, el demagogo trató de intimidar al INE y amenazó a la prensa.

Si todo esto sucedió antes de que tomen posesión, ¿qué podemos esperar de ellos cuando tengan un poder casi absoluto? No importa por quién hayamos votado, no podemos permitir que un político (cualquier político) reinvente la realidad a su antojo. Debemos conservar nuestra capacidad de indignación intacta, afilar nuestras facultades críticas y defender a las pocas instituciones autónomas que nos quedan y a los medios que se atrevan a desafiar las amenazas del aspirante a tirano y su régimen, pues durante los próximos, delicadísimos años todo contrapeso será invaluable. Sí, por López Obrador votaron millones de fanáticos dispuestos a seguirlo ciegamente al precipicio, pero también millones de personas decentes y pensantes pero cegadas por el hartazgo y la indignación. Ojalá que esos ciudadanos despierten a tiempo y juntos logremos impedir que esta perversa secta nos hunda en un infierno autocrático que se prolongue décadas y que tengan que padecer nuestros hijos y nuestros nietos. Confieso que no soy muy optimista al respecto, pero pienso caer luchando.