Por Bvlxp:
Este último par de semanas han sido dominadas por el estrepitoso fracaso de la Delegación Mexicana en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Sin demasiado asombro y con algunas excepciones, hemos visto cómo nuestros atletas han caído fulminados prueba tras prueba, atizando ese discurso que gusta de chivos expiatorios para encargarnos de la explicación de los fracasos. Para los que el Estado es al mismo tiempo el remediador de absolutamente todo y el más nocivo de los entes, el fracaso, necesariamente, es culpa de la Comisión Nacional del Deporte. Pocos han sido capaces de apuntar a nuestra débil institucionalidad, a la corrupción imperante en el mundo del deporte, a la falta de preparación de los atletas o a la escasez de medios adecuados para explicar el estado de los resultados. Somos al mismo tiempo de rencores abstractos y de culpables muy concretos.
En la frustración de las semanas olímpicas, ha aflorado una característica muy nuestra: esa que nos arrastra a decidir que unos son malos y los otros son buenos. Inexplicablemente, en esta dialéctica, los atletas mexicanos son necesariamente buenos y los hombres del «pantalón largo» son malos. En el corazón nacional, los atletas son cuasi celestiales. Nunca pensamos en ellos como seres que pueden ser ambiciosos, perversos, egoístas, incluso poco profesionales. No, por alguna razón, en nuestros corazones el atleta está tocado por la gracia divina. No hay matices, no hay excepciones.
En esas estábamos cuando aparece en escena Alexa Moreno, una atleta de veintidós años de edad y una complexión que pareciera estar fuera de la norma para la prueba de gimnasia olímpica. Después de ver su participación y su esperada derrota, el comentario más común en Internet fue decirle gorda. Alexa es quizá la única atleta mexicana que ha sido duramente criticada por su desempeño en Río de Janeiro; los otros atletas han gozado de la indulgencia de la opinión pública, que les agradece sus esfuerzos y parece estar de acuerdo en que llegar a los Juegos Olímpicos es una victoria en sí y a otra cosa como si este país fuera La Martinica o las Islas Marshall.
Las críticas a Alexa Moreno en Internet fueron en su mayoría chistes y comentarios de todo tipo burlándose de su complexión. Como suele suceder y es deseable en el discurso público, rápidamente aparecieron los bandos contraponiendo sus opiniones respecto de Alexa. Sin embargo, el debate no se centró en su desempeño atlético ni en especular si éste se vio afectado por su complexión, sino en decidir si estaba o no gorda y si era propio de gente indeseable llamarle así.
Alexa Moreno, sin embargo, no es una atleta más, sino que reúne todas las características para suscitar la simpatía de la progresía que opera en Internet: es una mujer joven que está siendo atacada por sus atributos físicos. Cualquier crítica de ese tipo inmediatamente merece la pena capital de la moralidad pública. ¿Qué hubiera pasado si el gordo hubiera sido Rommel Pacheco y alguien hubiera comentado sobre su peso y sus clavados con calificaciones de 4 y 6? La respuesta obvia es: nada; habríamos visto nada de indignación, pero sí muchos memes de gordo, muchos likes y risas y nada más.
Cuando la moralidad se inserta en el discurso público muchas veces se pierde de vista lo obvio: Alexa es una representante nacional, que goza de canonjías que pocos mexicanos tienen. A cambio de éstas, el país adquiere visibilidad, prestigio y, si hay suerte, alguna alegría. Alexa no es la niña bulleada del patio de la escuela sino una figura pública que como tal está expuesta a la crítica y entrenada para afrontarla. Vamos, la profesión de Alexa depende del juicio ajeno. En el discurso público generado a partir de Alexa, encontramos de todo: críticas buenas, críticas bobas y ataques arteros. Sin embargo, si ignoramos a los guardianes de la moralidad pública de siempre, podemos descubrir que criticar a Moreno por gorda puede ir más allá: informarnos sobre si en realidad está fuera de la norma para competir, reflexionar sobre su preparación, sobre la conveniencia de que haya competido, sobre qué significa ser un atleta olímpico y formar nuestro propio juicio. Intentar descartar el debate porque se centra alrededor del aspecto físico de una mujer que vive de su físico, es congelar el debate sobre un asunto público.
Cuando la histeria de la progresía estaba en su apogeo y se desgañitaba diciendo que de ninguna manera Alexa es gorda sino hermosa, digna e intocable por el simple hecho de ser mujer, la propia Alexa, sin trauma alguno ni rencor de por medio y de la forma más natural y profesional, dijo en entrevista con Ciro Gómez Leyva que no había llegado a los Juegos Olímpicos en su mejor forma producto de una lesión. Es decir, el debate público que unos quisieran congelar porque no se acomoda a sus dogmas y su particular idea de la bondad, se asentó en el punto crucial, en el verdadero debate: el desempeño de Alexa Moreno en los Juegos Olímpicos.