Alepo y la Postverdad

Por Oscar E. Gastélum:

“We have now sunk to a depth at which restatement of the obvious is the first duty of intelligent men.”

“The very concept of objective truth is fading out of the world. Lies will pass into history.”

* George Orwell

Gracias al colapso nervioso que sufrió Occidente en 2016, causante, entre muchos otros desastres, del divorcio entre Reino Unido y la Unión Europea, y del ascenso de un payaso fascista a la presidencia de EEUU, súbitamente hemos descubierto que habitamos en la era de la “postverdad”, ese miasma turbio y pestilente en el que confluye la propaganda perpetrada por regímenes fascistoides, la información sesgada de cadenas de televisión y diarios descaradamente partidistas, las campañas oportunistas de desinformación que lucran, económica y políticamente, con la ceguera sectaria de los ignorantes y los fanáticos, y la retórica descaradamente mendaz de una nueva cepa de demagogos antidemocráticos. Lo más deprimente del caso es que las masas occidentales, aturdidas por décadas de relativismo postmoderno y encerradas en esas burbujas sectarias selladas a base de algoritmos que son las redes sociales, demostraron ser supinamente vulnerables ante estos ataques en contra de sus valores, intereses y estilo de vida.

Pero este fenómeno no es nada nuevo, y es que al menos desde que existen Twitter y Facebook, nunca han faltado los imbéciles irresponsables que, orgullosos de su “escepticismo” espurio y pueril, comparten con sus “amigos” y “seguidores” la información falsa que encontraron mientras buceaban en las profundidades de los blogs y los sitios informativos engañosamente denominados: “alternativos”. Esas fosas sépticas de conspiracionismo y propaganda que suelen ser producidos por perdedores delirantes o por los servicios de inteligencia de regímenes autocráticos a los que lo que menos les interesa es la difusión de la “verdad”. Los consumidores promedio de ese excremento informativo suelen poseer mentes débiles y crédulas, aunque viven ingenuamente convencidos de su propia superioridad moral e independencia intelectual. Es gente que “desconfía” de la BBC o el New York Times pero cree ciegamente en la propaganda rusa o en el primer bloguero de cabello grasiento y mirada perdida que se cruce por su camino virtual.

Pero a pesar de que el fenómeno no es nuevo, lo que sí cambió en el último año fue el alcance y la magnitud del éxito de los esfuerzos desinformativos de las tropas de la postverdad. Pocos hubiéramos podido imaginar que las teorías de la conspiración marginales y las noticias falsas iban a trascender a la minoría de tontitos fácilmente impresionables a la que siempre han seducido para transformarse en una auténtica epidemia social capaz de decidir elecciones en las naciones más avanzadas del mundo. O que su influjo iba a producir el colapso de ese consenso social básico que funciona como pilar de la confianza que los ciudadanos sienten por sus prójimos y por las instituciones democráticas (incluida la prensa), y que es indispensable para el buen funcionamiento de una sociedad moderna. Personajes como Trump y Putin no son los típicos políticos que exageran en sus promesas o mienten para escabullirse de un aprieto como cualquier ser humano. Son bestias muy diferentes y peligrosas que dependen de un medio en el que el concepto de “verdad objetiva” ha sido totalmente vaciado de sentido para sobrevivir y prosperar.

Según PolitiFact, el 75% de las veces que Trump abre la boca lo hace para expectorar una mentira, porcentaje que está a años luz del de cualquier político tradicional. En comparación, Hillary Clinton miente o emite inexactitudes en el 27% de sus declaraciones, mientras que Bernie Sanders, el santo patrono de la mojigatería progre, lo hace en el 28% de las suyas. Hace unos meses, Trump se jactó de que podría salir a la Quinta Avenida en Nueva York y matar a una persona al azar frente a las cámaras, y a plena luz del día, sin que sus seguidores dejaran de adorarlo. Lo más probable es que tenga razón, pero lo que es un hecho indiscutible es que Trump puede mentirles de la manera más burda, cínica y descarada, sin que el engaño mengüe la devoción que sus fieles sienten por el fascista anaranjado. La impunidad de Trump ante la potencial ira de sus deplorables votantes está garantizada, pues esa gentuza es inmune al desengaño y a las denuncias y revelaciones de la prensa tradicional, incluyendo a instituciones tan venerables como el New York Times, el Washington Post o la BBC, pues han perdido la costumbre de informarse responsablemente y la han sustituido por la diaria confirmación de sus prejuicios a través de noticias falsas especialmente confeccionadas para su versión favorita de la “realidad”.

Pero los simpatizantes de Trump no son los únicos infectados con este virus devorador de neuronas. En las últimas semanas, el blanco favorito de los guerreros de la postverdad y su ejército de imbéciles útiles, ha sido la tragedia de Alepo, esa antigua ciudad Siria sitiada durante meses y finalmente doblegada por los chacales al servicio del sanguinario criminal de guerra Bashar al Assad, quien ha contado con el invaluable apoyo de comandos y mercenarios iraníes y de la fuerza aérea de Vladimir Putin, su alcahuete ruso. Por ello no es casual que en estos días me haya topado constantemente (y estoy seguro de que no soy el único) con gente, o muy estúpida, o muy perversa, o muy ignorante, pero que sale hasta debajo de las piedras para compartir enlaces a notas y videos directamente producidos por las inescrupulosas y ubicuas agencias propagandísticas rusa e iraní, y que prometen contarnos la “verdad” sobre Alepo. El mensaje contenido en dichos enlaces es siempre el mismo, cínicamente falaz y de una vileza desquiciante, y podría resumirse más o menos así: Los valientes soldados del “legítimo” “presidente” Assad, apoyados por las gallardas fuerzas armadas rusas “liberaron” Alepo de una pandilla maligna de “terroristas” financiados por el malvado Occidente.

Lo más repulsivo del asunto es que quienes difunden esa narrativa demencial e interesada, urdida en las catacumbas de Teherán y Moscú, invariablemente aderezan su mensaje con un nauseabundo tono de condescendencia y superioridad intelectual y moral, como si estuvieran haciéndonos el favor de quitarnos una venda de los ojos, y no difundiendo las hediondas patrañas de regímenes atroces e impresentables. Es verdad que los medios de comunicación occidentales no son perfectos y están expuestos al error y a los vicios de la naturaleza humana. Pero, por lo menos los mejores, que no son pocos, son plurales y libres, tienen estándares de calidad y veracidad extremadamente estrictos, y siempre están a merced de la crítica y la vigilancia de su público y sus competidores. En cambio, las agencias propagandísticas de regímenes autocráticos fueron creadas con la intención expresa de difundir desinformación, sembrar confusión y socavar la reputación del verdadero periodismo.

No, Alepo no fue liberado, sino destruido sin piedad por Assad y su amo ruso, que se involucró en la guerra civil siria para apoyar a un régimen dictatorial, sanguinario, sectario y hereditario que lleva casi cincuenta años sojuzgando a su propio pueblo. Y a pesar de los esfuerzos de los propagandistas rusos e iraníes, y de los tarados despreciables que fungen como sus irreflexivos peones en Occidente, Alepo se convertirá en sinónimo de crímenes contra la humanidad y entrará a la historia universal de la infamia, junto a Guernica y Srebrenica, como otra masacre cometida por un régimen perverso e inhumano en contra de civiles indefensos. Pero esa contundente y objetiva versión de la historia no está basada en los balbuceos de algún bloguero conspiracionista y mugroso, sino en el testimonio coral de medios de comunicación de primera categoría como el New York Times, el Washington Post, The New Yorker, The Atlantic, Slate, The Guardian, The Telegraph, Der Spiegel, Le Monde, la BBC, Channel 4, CBS, CNN o CBC; intachables organizaciones defensoras de derechos humanos como Physicians for Human Rights, Médecins Sans Frontières, Amnistía Internacional o Human Rights Watch; y agencias internacionales como la ONU y el Comité Internacional de la Cruz Roja.

Quien, a pesar de saber todo esto, siga pensando que PressTV o Russia Today (hoy discretamente rebautizada “RT” para ocultarle su origen y verdaderas intenciones a los incautos y los despistados) son una fuente de información más confiable que los medios, organizaciones y agencias internacionales antes citadas, no es un espíritu libre e independiente, sino un pobre diablo que, en plena era dorada de la información, prefiere abrevar en las letrinas de la postverdad. El problema es que esa gentuza obtusa ya no pertenece a una minoría patética y raquítica sino que ha empezado a ganar elecciones y ya hasta logró poner el arsenal nuclear más poderoso del planeta en manos de un payaso fascista y mitómano. El único camino que nos queda a quienes somos inmunes a esta virulenta enfermedad del espíritu, es enfrentar, exhibir y ridiculizar la perversa ignorancia de quienes se obstinen en propagar falsedades , y combatir la postverdad siendo extremadamente cuidadosos y responsables a la hora de compartir información en la red.

Que 2017 nos agarre confesados…