Adiós a la democracia

Por Frank Lozano:

En esta ocasión, el escándalo político de la semana lo registró una funcionara de la Delegación Cuauhtémoc, gobernada por el PRD, por el reparto de despensas que, presuntamente, buscaban beneficiar nada más y nada menos que a su esposo, mismo que, coincidentemente, aspira a ser Delegado en aquella demarcación del Distrito Federal.

La mala noticia, al menos para los fans del resto de partidos políticos, que han hecho gala de una habilidad científica para ver en el ojo ajeno la paja, es que tampoco se salvan de estas prácticas. Para documentar el dicho, basta ver la entrega de lentes por parte del Partido Verde Ecologista y la de tarjetas de Soriana por parte del PRI, o la entrega de televisores por parte del Gobierno Federal.

No obstante, la mala noticia generalizada es que el cúmulo de estas prácticas empujan a México a una ruta inevitable: la de la destrucción de su inacabada y maltrecha democracia.

Los golpes vienen de todas direcciones: de los distintos niveles de gobierno y los tres poderes: gobernadores que se asumen como jeques; presidentes municipales capaces de gastarse 50 millones de pesos en festejar su cumpleaños, diputados que viven la vida loca, senadores pusilánimes, magistrados serviles, sistemas de rendición de cuentas manipulables, organismos electorales al servicio de la simulación, organismos de derechos humanos dedicados a aplaudir al primer mandatario.

Pero también de los partidos políticos. Ya pocos se quieren llamar políticos aunque hagan política, ahora todos son ciudadanos, a pesar de que siendo políticos no dejan de ser ciudadanos. Al interior de los partidos, la mierda viene y va, se pasea y acampa en cada sede de un comité. En México, la clase política se forma en la mediocridad y da resultados mediocres.

Los empresarios también golpean a la democracia, especialmente los corruptos, los que se favorecen de las relaciones, los que ven en la clase política a un recipiente que pueden comprar a golpe de billetes, donaciones, regalos y demás. El empresario es el gran hipócrita de la democracia: juega con todos, gana con todos.

La democracia se debilita en un país en el que un presidente municipal, como el de Silao, Guanajuato, manda golpear y amedrentar a una reportera. Donde matan, como en Veracruz, a reporteros sin que pase nada. Donde el crimen organizado inhibe el trabajo de información, como en Tamaulipas y Coahuila y por supuesto, donde disfrazan de conflicto privado un despido que tiene toda la pinta de una vendetta política, como sucedió con Carmen Artistegui.

Nadie quiere ver cómo se cae nuestra democracia a pedazos. Al menos nadie de los que tienen que verlo. Nadie quiere oír las incómodas consignas de grupos políticos que, desde el margen, desde la orilla y desde la periferia, tiene el valor de alzar la voz para decir ya basta, se coincida o no con sus demandas.

Todos parecen muy cómodos, instalados en el círculo perverso de la mentira, la simulación y el engaño. Y si en el pasado, estaban las dictaduras como una suerte de alerta permanente que nos hacía cuidar la democracia, en el presente se yerguen los populismos, esas máquinas generadoras de odio y pobreza y frente a ellos ¿qué estamos haciendo para evitar ese destino, para evitar decirle adiós a la democracia?