A veces no necesito creer en nada

Estábamos cenando juntos a la mesa cuando mi madre comentó que los gatos absorben las enfermedades, o algo por el estilo. Lo había leído en internet. Me dio risa y le dije que no hay que creer todo lo que lees en internet. Me respondió que hay que creer en algo. Se siente bien creer en algo, añadió. Sus palabras resonaron en mí como un tambor en un teatro. Y pensé mucho en las creencias, pero no tanto en las supersticiones ni las religiones, tampoco en el escepticismo científico.

Pensé en esas creencias personales que a veces pareciera que son lo único que nos sostiene. Yo tengo algunas, mencionaré unas cuantas: creo que estaré bien, creo en el amor para toda la vida, y creo que un mundo mejor es posible.

Hay muchos puntos en contra de mis creencias pero yo las mantengo. Es una especie de fe y, sí, como dijo mi madre, se siente bien creer en algo. Se siente bien creer que saldré adelante, que tendré un buen matrimonio y que este mundo algún día será más justo y más feliz, sin embargo, no ignoro todo el trabajo que eso conlleva, todas las adversidades y problemas con los que me toparé (o nos toparemos) con el paso del tiempo.

No será nada fácil, sin duda, muchas caídas, heridas y lágrimas son altamente probables. Y la verdad es que puede ser muy agotador pensar en todo eso. Ser optimista puede ser algo muy cansado. También ser pesimista porque creer cosas negativas también es creer, y puede ser incluso más obsesivo y ciego. Matar la esperanza o reanimarla dándole respiración de boca a boca: ambas cosas requieren trabajo.

Estas reflexiones se interrumpieron cuando sin querer puse una canción que me encanta y que hacía mucho tiempo que no escuchaba: Sometimes I don’t need to believe in anything de la banda escocesa de rock alternativo Teenage Fanclub, que Kurt Cobain consideraba “la mejor del mundo”. Abre el álbum Shadows, de 2010. Aunque la he disfrutado muchas veces, me di cuenta de que nunca la había sentido tanto como ahora. Durante los cuatro minutos y medio que dura, me siento libre de mis creencias, las buenas y las malas, y puedo dedicarme a solo respirar, ser, experimentar el momento, sentir el cielo sobre mi cabeza y la tierra bajo mis pies.

Las creencias no son dañinas en sí, pero son lo que son, creencias, suposiciones, convencimiento en algo que todavía no es cierto. Los hechos ya nos dirán si estábamos equivocados o en lo cierto, o no, quizá nuestra vida no nos alcanzará para saberlo.

Me parece que es válido a veces relajarme y vivir sin darle tantas vueltas a las cosas en me cabeza. A veces no hace falta que me considere profeta ni poseedora de la verdad. A veces está bien ser consciente de que no sé lo que va a pasar mañana ni pasado mañana, mucho menos en seis meses o en diez años. A veces no necesito confiar en el destino. A veces no necesito creer en nada.