Por un feminismo igualitario

Por Oscar E. Gastélum:

“I never was really concerned with the idea of feminism. As a humanistic person, I’m interested in the human condition. I’m interested in men’s rights just as much as women’s rights…. I’ve never limited myself as an artist or as a human being to a genderized position.”

Patti Smith

“An enlightened feminism, animated by a courageous code of personal responsibility, can only be built upon a wary alliance of strong women and strong men.”

Camille Paglia

La semana pasada decidí utilizar este espacio para externar mi opinión sobre el famosísimo incidente que involucró a una egregia bloguera mexicana y a un pobre taxista deslenguado. Y lo hice perfectamente consciente de que, a pesar de que el texto dista mucho de ser incendiario o irrespetuoso, desataría la ira de la vociferante e intolerante secta que, a base de linchamientos virtuales y sainetes frívolos como el que nos ocupa, se ha transformado en el rostro más visible del feminismo contemporáneo. Debo confesar que antes de publicar el escrito de marras, decidí consultarlo con cuatro mujeres muy importantes para mí, todas brillantes, educadas y sofisticadas, viajadas y leídas: mi novia, mi hermana, mi madre y mi suegra (que además, aunque usted no lo crea, es una de mis mejores amigas). Las cuatro aprobaron con entusiasmo las ideas expresadas, pero mi novia me rogó que no lo publicara, pues no quería tener que soportar la ola de bilis y descalificaciones gratuitas que desataría. Y sí, a unas horas de su publicación, empezaron a llegar los vituperios, aunque no con la intensidad torrencial que esperábamos, pues el temido temporal resultó una tímida llovizna.

Pero eso no significa que la columna haya pasado desapercibida, todo lo contrario, miles de personas la leyeron, compartieron, comentaron y recomendaron, incluyendo a personajes muy influyentes, y al momento de escribir estas líneas lleva ya una semana como la más leída de este entrañable portal. Sí, los sospechosos habituales trataron de matarme de aburrimiento con sus predecibles sermones y sus escleróticos dogmas ideológicos, o intentaron romperme el corazón criticando mi estilo literario (“verborréico”, “kilos de adjetivos”, etc.), pero sus intentos desesperados por desviar la atención de mis argumentos sólo lograron dejar en evidencia que tenían poquísimo que rebatirle al fondo del texto. Una señora a la que no tengo el gusto de conocer, pero que posee un admirable talento para la agresividad pasiva, me tildó, desde Twitter y sin arroba de por medio desde luego, de “muchacho clasemediero”, descalificándome de un solo plumazo por mi género, mi edad (lo tomaré como un cumplido) y mi clase social.

Otra distinguida dama consideró que para exponer mi estupidez y perfidia sin límites bastaba con señalar el hecho de que me había atrevido a citar a Camille Paglia en el epígrafe. Y es que todo culto que se respete cuenta con un índice de lecturas prohibidas y para estos beatos Camille Paglia es el mismísimo anticristo. Si creen que exagero (“¡straw man!”), basta con recordar que Gloria Steinem, una de las sacerdotisas más influyentes de esta secta, decretó que leer “Sexual Personae”, la obra maestra de Paglia (un libro cautivante, valiente, muy original y desbordante de curiosidad, honestidad intelectual, lucidez y erudición) equivalía a leer a Hitler, nada más y nada menos. La verdad es que así como cité a Paglia pude haber citado a Germain Greer, Iris Murdoch, Susan Sontag, Doris Lessing, Martha Nussbaum, Christina Hoff Sommers, Katie Roiphe, y un interminable etcétera de mujeres brillantes que han criticado duramente, no al feminismo en general sino a esta excrecencia malsana del mismo.

Y es que hay que repetirlo una y otra vez, esta gente no tiene el monopolio de la lucha feminista y criticar su intolerante y retorcida ideología no equivale a ser un macho cavernario, o en el caso de las mujeres una “traidora” a su género, ni ignorar que aún hay batallas urgentes por pelear para alcanzar la liberación plena de la mujer. En su brillante libro “Who Stole Feminism” la filósofa Christina Hoff Sommers distingue a dos facciones feministas enfrentadas entre sí, una escisión que data desde el surgimiento de la “segunda ola” a principios de los años 60. A una la bautiza como el “feminismo de la igualdad” y a la otra como “feminismo de género”. El feminismo de la igualdad lucha en contra de la discriminación y, como su nombre lo indica, busca la igualdad política y social de la mujer. Es un movimiento humanista, liberal, en el sentido clásico del término, y desciende directamente de la Ilustración. En cambio, el “feminismo de género” está impregnado de ideologías autoritarias y antiliberales como el marxismo y el postestructuralismo, está peleado a muerte con la ciencia y es rabiosamente antihumanista.

Ese último es el feminismo al que muchos y MUCHAS nos oponemos, pues no es más que una teoría de la conspiración que destila resentimiento y ofrece explicaciones simplistas y maniqueas para fenómenos y problemas muy complejos. Una fantasía opresiva y enfermiza que presenta a la mujer como una víctima eterna y al género masculino como su despiadado e irredimible opresor. Todo esto envuelto en un discurso tortuoso y plagado de jerga académica y neologismos huecos. En “The Blank Slate” (uno de los libros más importantes publicados este siglo) el psicólogo evolutivo, científico cognitivo y lingüista, Steven Pinker resume de esta manera las diferencias entre ambos feminismos:

“El feminismo igualitario es una doctrina moral sobre la igualdad de trato, que no apuesta por ningún tema empírico aún en discusión en el campo de la psicología o la biología. El feminismo de género es una doctrina empírica que se compromete con tres afirmaciones sobre la naturaleza humana. La primera es que las diferencias entre hombres y mujeres no tienen nada que ver con la biología, sino que están completamente construidas socialmente. La segunda es que los seres humanos poseen una única motivación social —el poder— y que la vida social sólo se puede entender desde el punto de vista de cómo se ejerce. La tercera es que las interacciones humanas no surgen de las motivaciones de las personas que se tratan entre sí como individuos, sino de las motivaciones de los grupos que tratan con otros grupos, en este caso el sexo masculino que domina al sexo femenino.”

Pero, como demuestra el propio Pinker, esas tres afirmaciones sobre la naturaleza humana no son más que hipótesis jamás comprobadas, elevadas al rango de dogmas de fe y repetidas ad nauseam por los propagandistas, pese a que cada día están más enfrentadas con la evidencia empírica (producida en buena medida por eminentes científicas) que emana constantemente desde los campos de la biología, la genética, la neurociencia, la etnografía, la psicología evolutiva, y otras disciplinas sobre las que el feminismo de género es bochornosamente ignorante. Es una pena que en EEUU y otros países desarrollados el feminismo de género se haya vuelto hegemónico y que sus devotas inviertan su tiempo en erigir “safe spaces”, exigir “trigger warnings”, o en discutir cuántas “microagresiones” caben en la cabeza de un alfiler, pero que eso mismo haya sucedido en un país salvaje, lacerado y urgido de auténtico feminismo como México es una auténtica tragedia.

Pero volviendo al texto que publiqué la semana pasada, no sé si celebrar o lamentar el hecho de que, fuera de las descalificaciones, la condescendencia y las crueles críticas en contra de mi exquisita prosa (esas que tanto me hicieron llorar), nadie haya tratado siquiera de rebatir mis argumentos. Y es que no hubo quien se atreviera a afirmar que penalizar las “ofensas” verbales, lejos de ser un peligroso desplante de autoritarismo censor y paternalista, le parece una maravillosa idea que seguramente abonará a la sana convivencia social y no se prestará a abusos y arbitrariedades. Y tampoco leí que alguien refutara mi aseveración de que un circo mediático y viral como el protagonizado por la bloguera y el taxista le restan credibilidad al feminismo, le dan armas para ridiculizarlo a los auténticos enemigos de las mujeres y banalizan la verdadera violencia en un país donde es epidémica. Por último, todos mis detractores guardaron un prudente silencio en torno al hecho de que, como demuestran numerosas encuestas levantadas alrededor del mundo, la inmensa mayoría de las mujeres se niegan a describirse a sí mismas como “feministas” a pesar de que al mismo tiempo declaran estar a favor de la igualdad de derechos para las mujeres.

La razón de esta engañosa discordancia es que muchas mujeres, pese a ser feministas igualitarias sin saberlo, ya asocian automáticamente la etiqueta “feminista” con el feminismo de género, y no concuerdan con su discurso victimista ni con su delirante agenda, no se sienten identificadas con la imagen de mártires esclavizadas e impotentes que éste promueve, y tampoco reconocen a los hombres que aman en la caricatura grotesca promovida por sus más fervorosas y devotas creyentes. Y esto es algo que pude constatar de primera mano en estos días, pues en contra de lo que me esperaba y temía, la abrumadora mayoría de los comentarios que recibí fueron estimulantemente positivos y casi todos vinieron de mujeres, incluyendo a varias connotadas escritoras, periodistas, funcionarias públicas y científicas que me comunicaron su aprobación entusiasta en privado pues confesaron temerle a las represalias de los inquisidores.

A ellas, y este mensaje va también para todas las mujeres que estén hartas de que la histeria resentida se proclame vocera de su género, les repito ahora lo que les dije en privado: No se dejen intimidar, el feminismo puede y debe ser rescatado de las garras de esta secta autoritaria y mojigata, pero para que eso suceda es indispensable que alcen la voz públicamente y le devuelvan la honestidad intelectual, la dignidad y la cordura que algún día lo caracterizó…